domingo, 11 de mayo de 2008

Se acercó al vidrio. Podía percibir el humo aún cuando la ventana permanecía cerrada. Se arrebujó en su bata de hombre como si eso fuera una segunda coraza, la máscara conocida y reconfortante, y sintió su olor mezclado al de la bata y la humedad ascendió desde su espalda y desde sus rodillas como si ella fuera el interior de las tazas sucias.
De aquel hombre sólo eso le había quedado, de los otros nada. Pero le gustaba enderezar los hombros y sacar panza para cubrir los huecos de la inmensa tela. Ensayaba el rictus de los tipos que había conocido y siempre le parecía que estaba siendo demasiado masculina, y que sus bocas habían permanecido mucho más laxas y cómicas, despreocupadamente abiertas o delicadas.