Dear Max:
I wish you already know me. I would like to write this letter in English but I’m afraid I won’t be able to do it… A la noche las personas se miran más, se miran a los ojos, es una mirada rápida que combina la sospecha y la curiosidad, el miedo y el ansia de que se produzca un encuentro. El frío me hizo doler la cabeza, se que no es una explicación verosímil, pero el dolor se fue disipando en cuanto entré a la casa de los rombos.
La casa de los rombos es una especie de museo y de centro cultural en el que hay salas de exposición pero sobre todo escaleras y un piso de rombos blancos y negros.
Todavía tengo en el oído la voz infantil de Mary y me quedé pensando en cómo una vida puede estar escandida por el ir y venir de la correspondencia.
La correspondencia es un asunto que me ha tenido preocupada estos últimos días: del buzón desaparecen facturas y cartas; los mensajes se quedan sin respuesta; iniciamos una correspondencia visual como un modo de prolongar nuestros encuentros. ¿Cómo responderías al dibujo de un caracol?, ¿Te gusta dibujar Max?, ¿Sacás fotos de lo que pasa por tu ventana?
Después volví en taxi, el taxista me pareció un ser incompleto, no entiendas mal esto que te digo, como si su cuerpo hubiera quedado sugerido en algunos trazos pero no llegara a completarse, como si pudiera empezar a desvanecerse desde el cuello o desde los ojos celestes. Y no se trataba tampoco de que fuera calvo ni de que tuviera pecas, sólo que el taxista pertenecía al conjunto de seres sin terminar.
¿Alguna vez tuviste la sensación de no estar terminado? Cuando era chiquita a veces me acostaba en la cama y sentía que se alargaba mucho mucho, y que no había piernas capaces de tocar el otro lado. Me encogía como en los cuentos para niños, era una sensación extrañísima.
Me voy a dormir, si estuviera mi papá me cantaría “sleepy girl, sleepy girl”, pero no está. Me quedo con ganas de chocolate (con almendras).
Yours, C.