domingo, 27 de febrero de 2011

salir





Antes adentro vivía
la oveja de punzante lana
vacío
ahora aire
a veces aire
y hojas

martes, 22 de febrero de 2011

lunes, 21 de febrero de 2011

las cosas abiertas
quiero cerrarlas

jueves, 17 de febrero de 2011

las cosas

“Las cosas en el paraná se sienten por debajo”, dice Lucía. Por acá las cosas de debajo, algunas empezadas en el Paraná y otras más tarde, están en lo alto como un nido de gallinas y entre medio y entre todos los bajos y altos y formas en que se puede estar. Está la casa con la puerta abierta y el calor que no sale, que es un pez caliente que ocupa las habitaciones y la cocina con los costados apenas más frescos; está la casa abierta y mucha gente que entra y que sale; y dos imágenes: una trillada –un señor viejo en una calesita vacía, las luces de esa plaza a la noche son verdes y duplican la vegetación que durante el día reverbera sola-, la otra no tanto: dos hombres ingresan en la vereda, hacen un pozo, rompen las baldosas y bajan sosteniendo una luz, una especie de lámpara llameante, y es necesario olvidarse de las tuberías y de las explicaciones, son dos hombres que entran en la vereda y desconocemos el tamaño del pozo y el propósito de su misión. Hay una situación graciosa (muchas, pero ahora ésta): tres chicos de considerable tamaño entran en el kiosco en el que esperamos que nos preparen un sándwich, se nota que vienen de hacer ejercicios porque están transpirados y les cuesta recuperar la inmovilidad, uno de ellos, mientras los otros dos respiran agitados, pide tres chicles, uno de uva, por favor. 3 chicles.
Hay además un paseo al museo. Si hace años alguien me acompañó para que lo conociera, como si fuera un punto fundamental de la geografía platense, esta vez era yo la que conducía, a duras penas, a otra persona. El museo está hecho por un niño –aplicado- de la escuela, las maquetas, la cartelería, los modos de presentar la información. Los animales embalsamados, sin embargo, responden a un orden mucho más sutil en el que se reproducen las miradas y las poses, la vida en comunidad, los momentos de cacería y de vuelo, pero donde uno tiene la certeza de haber llegado tarde, a pesar del ojo de vidrio tan convincente, del pelaje tierno o del gesto salvaje.
El Paraná está como si La Plata pudiera ser a la vera del río, así como Rio IV puede desembocar en el mar aunque a Cortázar lo hayamos dejado hace tiempo. A los cruces. No hay maga ni puente ni nada. Más de uno se suicidaría si tuviera que releer Rayuela. Hay simplemente personas que cargan con el río o con el conocimiento suficiente de los otros.

lunes, 14 de febrero de 2011

Devolver el cangrejito al mar




"Sábado.Estamos en la playa. El sol se va depositando por capas sobre el cuerpo, como si le imprimiera ondas de calor que al llegar a la piel se secaran y descendieran hacia el interior. Así la espalda y los hombros (...)"
Nunca pude terminar el texto que había comenzado y que nació, de eso estoy segura, de la certidumbre de estar quemándome bastante mal por primera vez en el verano. No es tan fácil ponerse protector y uno puede olvidarse los costados. Aparecen manchas rojas que duelen apenas después de la tarde de sol. En Mar del Plata el sol engaña y a pesar de que el viento de mar refresca la piel, quema.
Pero es bueno interrumpir un texto cuando lo que queda en su lugar es la experiencia de estar con amigas, en paz, quedarse mirando el mar y hablando a veces sobre cómo los surfistas ingresan en una ola y la remontan, o sobre las series de olas y la ciudad que no se termina. Es bueno reírse y hablar una y otra vez de los mismos temas, pero siempre como si fuera la primera.
La casa de Delfi está llena de luz, no sólo porque hay ventanas extrañamente situadas entre patio y patio y tragaluces en el techo sino porque la gente que la habita sabe quererse. "Bienvenidas", nos dijo el papá de Delfi apenas llegamos con las mochilas. En seguida la mamá nos preguntó por el viaje, por la ciudades de las que éramos originarias, por nuestras familias. Y en el medio Anita nos saludó con el yeso todo escrito y ganas de salir con sus amigas. Fuimos entrando a ese orden de personas que a veces estaban y a veces no, pero de las que siempre sabíamos algo. Se aprende mucho de los demás, se aprende por ejemplo a preguntar para saber del otro, a preguntar escuchando las respuestas, con una sonrisa en la cara, a preguntar a veces lo que ya se sabe, para que surja el relato una vez más.
Y también, porque conocer Mar del Plata es también conocer sus lugares "típicos", fuimos a merendar a Manolo y a visitar Villa Ocampo. Me llamaron la atención los empapelados de las habitaciones de Victoria,llenos de pájaros y de flores, en "composé" con las cortinas y manteles, como bien explicaba el cartelito.
Y conocimos también la noche marplatense, la noche en el puerto, en un centro cultural-castillo-hostel un tanto extraño. Fuimos para escuchar a Rosario Bléfari pero nunca llegamos a hacerlo. Tocaron antes dos bandas que más invitaban a dormirse o a cortarse las venas con el papel de las entradas. Bandas y gentes "explícitamente oscuras", abundando en la oscuridad y en la ropa negra. Nos fuimos yendo, de a una, a una suerte de cocina vacía en la que había dos bancos de plaza pintados de verde y corría un airecito. Una plaza en una cocina en un castillo en un puerto en una noche.
Los papás de Delfi volvieron de Mar de Chiquita y en el fondo del bolso se encontraron con una cangrejito. Pardo y húmedo, caminaba de costado y de repente se quedaba tieso, moviendo apenas las tenazas, como un gesto automático. ¿Qué se hace con un cangrejito tan pequeño que se ha metido en el bolso de dos aventureros? Susana y Máximo. Hay que detenerse y saber que el bicho está vivo y que es, trasponiendo las palabras de José, quizás cuatro centímetros de vida palpitante: hay que devolver el cangrejito al mar. Máximo camina las tres cuadras y lo hace. Nos reímos porque a veces cuesta dimensionar tanta ternura, la delicadeza simple y activa.
Delfi y Pili, las quiero mucho.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Si conociéramos el punto

Cuarta Poesía Vertical
24.
Si conociéramos el punto
donde va a romperse algo,
donde se cortará el hilo de los besos,
donde una mirada dejará de encontrarse con otra mirada,
donde el corazón saltará hacia otro sitio,
podríamos poner otro punto sobre ese punto
o por lo menos acompañarlo al romperse.

Si conociéramos el punto
donde algo va a fundirse con algo,
donde el desierto se encontrará con la lluvia,
donde el abrazo se tocará con la vida,
donde mi muerte se aproximara a la tuya,
podríamos desenvolver ese punto como una serpentina
o por lo menos cantarlo hasta morirnos.

Si conociéramos el punto
donde algo será siempre ese algo,
donde el hueso no olvidará a la carne,
donde la fuente es madre de otra fuente,
donde el pasado nunca será pasado,
podríamos dejar sólo ese punto y borrar todos los otros
o guardarlo por lo menos en un lugar más seguro.

Roberto Juarroz

Ando bastante sin nada para decir, o en el punto de la repetición que llega a ser un vacío. Me gusta que la mimosa reaccione ante el paso delicado de la yema de los dedos y vaya cerrando despacio sus plumas verdes hasta quedar, cada hoja, reunida y reconcentrada, viva, palpitante.
Me gusta el tráfico de palabras en la mesa del comedor: Poesía vertical-El arte de narrar.
Me gusta haber encontrado un 5to 13 enfrente, justamente enfrente de la entrada de un edificio que sirvió para algún relato. Y subir, y que haya personas que puedan llorar o simplemente esperar, y que después entren en alguna sala semivacía de la que sale una luz, se sienten y hablen.
No entiendo el mecanismo del deseo ni algunos miedos, pero sí que haya deseo y sí que haya miedos.

lunes, 7 de febrero de 2011

Recuerdos

Juan José Saer

Aquí me tienen con la voz a medio extinguir y lleno de recuerdos. Han de regirse por alguna ley; eso es seguro. Pero para encontrarla es necesario vaciarse de ellos, darse vueltas, como un guante. La cronología, en todo caso, es sabido, no les incumbe. La cárcel filosófica que nos tiene a todos adentro, ha tomado por asalto hasta nuestros recuerdos, decretando para ellos la ficción de la cronología, Y sin embargo, siguen siendo, obstinados, nuestra única libertad.
A menos que se vuelvan obsesión. Entonces obedecen a una especie de ley de excepción, rigurosa y perentoria alguien los llamó "martillantes". Con una regularidad que les es propia, ciertos recuerdos de anécdota mínima, sin contenido narrativo aparente, vuelven una y otra vez a nuestra conciencia, neutros y monótonos, hasta que, de tanto volver, nuestra conciencia los viste de sentimientos y de categorías: como cuando a un perro vagabundo, que pasa a contemplarnos mudo, todos los días, ante nuestra puerta, terminamos por ponerle un nombre.
Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para ello lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia del principio al fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas correcciones de posición, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías.
Hay muchas clases de recuerdos. Por ejemplo, recuerdos globales. En mi infancia, en las siestas de verano, mis tíos llegaban en auto del pueblo vecino y el radiador niquelado, que brillaba al sol, estaba lleno de mariposas amarillas, aplastadas entre los alveolos de metal. La representación que me queda no corresponde a ningún acontecimiento preciso. Es un resumen, casi una abstracción de todas las veces que ví radiadores llenos de mariposas. Y sin embargo, es un recuerdo.
Hay también recuerdos inmediatos: estamos llevando a los labios una taza de te y nos viene a la memoria, antes de que la taza llegue a su destino, la fracción de segundo previa en la que la hemos recogido, sin ruido, de la mesa. Y hasta me atrevería a decir que hay también una categoría que podríamos llamar recuerdos simultáneos, consistente en recordar el instante que vivimos mientras lo vamos viviendo: es decir, que recordamos el gusto, de ese te y no de otro, en el momento mismo en el que lo estamos tomando.
Hay recuerdos intermitentes, que titilan periódicos, como faros. Recuerdos ajenos, con los que recordamos o creemos recordar, recuerdos de otros. Y también recuerdos de recuerdos, en los que recordamos recordar, o en los que la representación es el recuerdo de un momento en el que hemos recordado intensamente algo.
Como puede verse, el recuerdo es materia compleja. La memoria sola no basta para asirlo. Voluntaria o involuntaria, la memoria no reina sobre el recuerdo: es más bien su servidora. Nuestros recuerdos no son, como lo pretenden los empiristas, pura ilusión: pero un escándalo ontológico nos separa de ellos, constante y continuo y más poderoso que nuestro esfuerzo por construir nuestra vida como una narración. Es por eso que, desde otro punto de vista, podemos considerar nuestros recuerdos como una de las regiones más remotas de lo que nos es exterior.

domingo, 6 de febrero de 2011

random 2011





Para empezar el 2011 un 6 de febrero.

sábado, 5 de febrero de 2011


Nono