“Las cosas en el paraná se sienten por debajo”, dice Lucía. Por acá las cosas de debajo, algunas empezadas en el Paraná y otras más tarde, están en lo alto como un nido de gallinas y entre medio y entre todos los bajos y altos y formas en que se puede estar. Está la casa con la puerta abierta y el calor que no sale, que es un pez caliente que ocupa las habitaciones y la cocina con los costados apenas más frescos; está la casa abierta y mucha gente que entra y que sale; y dos imágenes: una trillada –un señor viejo en una calesita vacía, las luces de esa plaza a la noche son verdes y duplican la vegetación que durante el día reverbera sola-, la otra no tanto: dos hombres ingresan en la vereda, hacen un pozo, rompen las baldosas y bajan sosteniendo una luz, una especie de lámpara llameante, y es necesario olvidarse de las tuberías y de las explicaciones, son dos hombres que entran en la vereda y desconocemos el tamaño del pozo y el propósito de su misión. Hay una situación graciosa (muchas, pero ahora ésta): tres chicos de considerable tamaño entran en el kiosco en el que esperamos que nos preparen un sándwich, se nota que vienen de hacer ejercicios porque están transpirados y les cuesta recuperar la inmovilidad, uno de ellos, mientras los otros dos respiran agitados, pide tres chicles, uno de uva, por favor. 3 chicles.
Hay además un paseo al museo. Si hace años alguien me acompañó para que lo conociera, como si fuera un punto fundamental de la geografía platense, esta vez era yo la que conducía, a duras penas, a otra persona. El museo está hecho por un niño –aplicado- de la escuela, las maquetas, la cartelería, los modos de presentar la información. Los animales embalsamados, sin embargo, responden a un orden mucho más sutil en el que se reproducen las miradas y las poses, la vida en comunidad, los momentos de cacería y de vuelo, pero donde uno tiene la certeza de haber llegado tarde, a pesar del ojo de vidrio tan convincente, del pelaje tierno o del gesto salvaje.
El Paraná está como si La Plata pudiera ser a la vera del río, así como Rio IV puede desembocar en el mar aunque a Cortázar lo hayamos dejado hace tiempo. A los cruces. No hay maga ni puente ni nada. Más de uno se suicidaría si tuviera que releer Rayuela. Hay simplemente personas que cargan con el río o con el conocimiento suficiente de los otros.
Laxo social.
Hace 4 años
2 comentarios:
Todavía me sigo riendo de lo de los chicles. Si hubiera estado ahí largaba la carcajada.
En otro orden de cosas.. que mezcladito pegador este del widget de acá al lado: Beatles, Fander, Gilda, los Kings o C, AST...
Viva la jarra loca! Viva la jarra, loca!
Abraz.
si sí, mezcladita música, porque uno no sabe en qué momento pueden aterrizar dos camiones detrás de la carpa y largar una música o un casette con los chistes de yayo.
saludos Master of the Uritorco!
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