lunes, 21 de enero de 2008


la araña reclamó su imperio.
todo se había llenado de historias sentimentales entre seres incompletos y rodeados de una estúpida niebla.
alguien debería recobrar la perfección. la araña negra saldría del sueño hecha de carne, caminaría de costado como lo había hecho antes, como si el gesto teatral la colocara en el centro de las miradas. no sería la excusa de Mabel ni la curiosidad de Dora, sino la posibilidad de las madreselvas y de la noche, de la angustia edificante y de la palabra horrorizada de si misma.

jueves, 17 de enero de 2008

Quizá solo pudiera escribir en el pasado. Pero devuelta y falaz, ahora tan lejana. Descubrió la tibieza del negro, el cuello del gato era apenas gris y quizá ahora fuera verde o naranja.
Había tantos desorejados, tantos ciegos o congelados, tantos nombres hermosos y vacíos, una casa deshabitada y un salón oscuro en el que dos mujeres se comunicaban a ciegas sin decirse nada. Sin embargo la angustia estaba allí, colgando de la voz, de la telaraña vieja. Otros podían enseñarle el mar, pero ella lo veía fugazmente, como si recorriera todas las cosas en un globo velocísimo y cada vez más liviano. No quería, no, pero aquellos se iban cayendo solos o se tiraban, incompletos o desconocidos, mudos, algunos verborrágicos en otro idioma. Lo peor eran aquellos que comenzaban a fagocitarse, que impostaban vida pero allí estaban, otra vez los hongos bienhechores, y las gallinas. Las gallinas no le exigían nada, relucientes, algunas de cera o caramelo, algunas con plumas blaquísimas y redondas. Las gallinas eran perfectas pero estériles. Clausuradas vagaban por el globo, y dormían junto a aquellos que no estaban ni vivos ni muertos. Mi vigilia no era constante, a veces miraba al chico en la plaza soleada, lo veía a través de calles congestionadas, y la sombra de los árboles dibujaba sobre su cara. Hasta que no lo veía más, y hasta lo evitaba. Al hablar parecía recordarme el pasado, con el rictus ahora amargo del reproche, y eso que había tanto sol y las gallinas dormitaban.
Yo intenté por un tiempo ser una especie de demiurgo secundario. Les dije cosas al oído, cosas casi inaudibles, y uní algunas de sus manos, las existentes, giré sus cabezas por si abrían algún ojo y alcanzaban a mirarse, pero parecían pesados, obstinados y malditos.
Sólo una vez.
Sólo una vez arrastré a uno de ellos, pero sólo porque me pareció el más descompuesto de todos, era incluso difícil verlo, hasta la puerta del globo. Pero a medida que lo arrastraba se fue haciendo más pesado y desistí. Ahora las noches se han vuelto diáfanas y espantosas para el sueño. Nadie duerme en este globo. Las gallinas sudan y el sudor frío es lo único que nos alivia. Nadie puede entrar o salir.
Yo me asomo a veces, pero siento que la ligereza es cada vez mayor. Una de las gallinas de cera ha comenzado a derretirse, las plumas antes solitarias han comenzado a mutar en una especie de pelaje desordenado. He tenido que sacarme el pullover. Ahora todo me parece un signo, ahora que ya no hablo con nadie, y aún así tengo calor. Aquellos han comenzado un estertor que entibia aún más el aire. Se me ocurre la clara metáfora, idiota, de Icaro, y decirla es una forma de estipular este presente, aunque falte tan poco.

lunes, 14 de enero de 2008

la excepción fueron los peces. después de la fritura y la radio, después del banco recalentado y el diario hojeado hasta el cansancio.
la mujer los miraba porque era lo único que valía la pena mirar. blancos y con aletas como telas finisimas y desordenadas. los buscadores blancos de la arena. comía sin ganas, como si algo se cuajara burdamente en la garganta y en los ojos.
habría que haber apagado las luces y tapado las bocas de la gente. habría que haber callado la radio y el parlante de la estación. los peces blancos hubieran seguido escarbando estúpidamente la arena, sin conciencia alguna, y asi hubiera podido desaparecer.
la mirada del hombre a través de los peces la distrajo. el puente colgaba ahora entre ellos, pero sólo el hombre lo sostenía con su media sonrisa y su pánico original. la mujer apuró el cigarrillo y lo maldijo con la ceguera, le deseo una ceguera lenta e imaginó cada cosa que el hombre dejaría de ver. reconfortada salió sin mirar a nadie.

jueves, 10 de enero de 2008


tarde reflexiva en la estación de trenes de pehuajo: trenes casi inexistentes y pájaros sumamente desconfiados (y con razon). un personaje de "Los hermanos Karamazov" reflexiona sobre su baja condición, sobre su vida humillada, sobre la pobreza que lo rodea, pero, dice, lo redime de alguna manera el amor de su hijo, porque si algo hizo bien la vida es posibilitar que hasta el ser más ruin pueda ser amado por alguien.
dias atrás un amigo hace la misma reflexión sobre su propio hijo, en medio de un festejo menor y con gente que desconoce.
pero yo tomo real conciencia de aquello dicho porque lo leo días después en una obra literaria, como si las palabras escritas vinieran a reforzar la impresión de las escuchadas, como si la sensibilidad se reavivara y actuara retrospectivamente.

domingo, 6 de enero de 2008


Rodolphe volvía con los pies llenos de barro. Los miraba secarse, le gustaba que la tierra se fuera agrietando despacio y formara pequeñas islitas sobre sus tobillos. Le tiraba la piel y pensaba que esa pequeña metamorfosis de sus pies y de sus tobillos, esa maravilla añadida sería la inversa de la muerte, justamente lo contrario. Islas quizás azules o grises carcomiendo su interior, muertas pero carcomiendo inevitablemente su interior, como disecándolo por dentro. Y entonces aquella tierra era una forma de contrarrestar la muerte, de multiplicar su vida en islas que crecían hacia fuera.
Eva no lo sabía. Ella no pensaba en la muerte, y desde que habían regalado los muebles de Dora había dejado de pensar en ello. Rodolphe se divertía mirándola lavar los platos con agua casi hirviendo. Sus hombros blanquisimos se transformaban paulatinamente en rosados y las manos eran realmente rojas y enérgicas, y a veces con espuma, y siempre con agua y algo de vapor y platos que sujetaba con firmeza. En la cara ninguna expresión, o más bien la expresión de Eva, atenta a todo y a casi nada.
Si Rodolphe pudiera ayudarla, aunque más no fuera secando los platos. Pero era torpe y no era su culpa.

jueves, 3 de enero de 2008


todavía era aquella hora del día en que podía articular palabras sencillas. pero desperdiciaba su ocio y callaba. murmuraba en idiomas inventados y desaparecidos, acariciaba los gatos y las orugas hasta comenzar el ritual desesperado de la comunicación. fracasaba como tantos pero en cambio, no lo ignoraba.