Ya nadie viene a esta pileta. Cuando éramos chicos veníamos con los abuelos de Rodolfo a pasar la tarde y había por lo general cuatro o cinco familias que también eran del club. Traíamos algo para comer o el abuelo hacía el asado, eso dependía de las ganas que tuviera, y nosotros mientras tanto salíamos a caminar o hacíamos dibujos de los pájaros. Al costado había una zona de quintas pero casi ninguna construcción, nos gustaba perdernos por ahí hasta que escuchábamos los gritos de la abuela que nos llamaba para comer.
El agua está limpia y fría. Supongo que los caseros que quedan a cargo del club la deben mantener así, y aprovecharán para usarla también. ¿Qué otra cosa podrían hacer en un lugar como este? Me he fijado y no estaban en la casa ni tampoco detrás de las canchas. Alrededor de la pileta crece el pasto que de tan vivo parece azul. Me siento en la orilla con las piernas en el agua y es como si me clavaran cientos de agujas. La sensación me atraviesa hasta el hueso y me alcanza la boca del estómago hasta que lentamente me voy acostumbrando a la temperatura.
Estoy adentro. Casi adentro porque la cabeza permanece todavía afuera, al ras del agua, cortada por el agua y un poco ridícula, con el pelo inflado a los costados y los labios morados de frío. La cabeza flota, blanca y con el halo de pelo negro detrás. Mi cuerpo ha quedado cubierto y todo filtrado por el color verde del agua. Me pregunto cuánto tiempo podría estar así. Sobre las valijas y la ropa que acabo de sacarme se han apoyado dos pájaros. Tienen el cuerpo blanco excepto en la parte final de las alas, que son negras. Caminan sobre el suelo inestable de la tela y picotean los botones de plástico. Apenas me muevo para no espantarlos. Uno mete la cabecita detrás del ala y la saca rápidamente. Hace el movimiento muchas veces. El otro mira sin mirar nada en particular. Estamos, los pájaros y yo, la ausencia de los caseros, y mi cabeza cortada, en la mañana, en la pileta, en o afuera del agua, sin tener a dónde ir. Pienso en la reunión particular de todos nosotros y en lo fácil que sería desarmar el conjunto. Por ejemplo, uno de los pájaros podría volar, llamado quién sabe porqué, al interior del bosque. O podría llegar la señora del cuidador y alarmarse al ver a una extraña en la pileta del club, desnuda y en mitad del invierno.
Recuerdo, no sé porqué lo recuerdo en este momento en que uno de los pájaros ha saltado a tierra y picotea como si buscara comida, que un personaje de un cuento que leí hace mucho, Elsa, dejaba sus rodillas en una escalera, después de haberlas mecido como si fueran un niño. Se me ocurre entonces: dejaré la cabeza que está, allí arriba, observando a los pájaros, la dejaré con sus dientes y la totalidad de sus pestañas, con la nariz, las orejas, y el pelo por supuesto, que le permite flotar graciosamente. Me llevaré solo la mitad del cuello y ella ni lo notará. Andaré así más liviana y dormiré en las quintas, sobre las valijas, esperando que algún perro o un ciempiés me acompañen. Ya he comenzado a caminar, la cabeza apenas ha intentado seguirme. Los pájaros volaron, como era esperable que hicieran, ante el movimiento inesperado. Me secaré apenas para salir antes de que regresen los caseros.
foto de
Pilar María y gracias a Robertochiquitito