Era un barquero fanático. Siempre cerca del agua, siempre sobre el agua, siempre en el agua. Abelardo tenía la espalda llena de pecas. La piel como de bronce pero los costados blancos, siempre se olvidaba los costados a la sombra.
Su mujer lo reclamaba desde la puerta de la casilla, le cocinaba estofados y le ofrecía cerveza, el hombre chapoteaba, siempre en el agua, inapetente. La cabeza era casi lo único que mantenía al ras. Pocas veces salía, le costaba horrores dormir sobre su cama fija. Teresa, la mujer triangular, se apresuraba a secarlo, miraba con espanto las últimas gotas que caían de su pelo. Con el paso de los años Abelardo frecuentaba cada vez menos tierra firme y Teresa ya ni se molestaba en salir a buscarlo. Sin embargo ella era una mujer fiel y continuaba atada a la casilla. Abelardo sentía por las noches el regodeo de la serpiente oscura del río, como una línea de tinta lo arrullaba y le hacía tener sueños extraños. Al mismo tiempo lo excitaba y lo dejaba tranquilo. Pero Teresa estaba allí, destruyendo las nervaduras de las hojas, hilando una bufanda estéril para ese clima cálido, inmensamente igual. Eso debía acabar.
Abelardo le hizo una propuesta: él podría simplemente ahogarse. Teresa lloriqueó pero terminó aceptando. La despedida fue breve pero sincera.
El hombre en el agua, en el espesor del agua, su boca gris de sapo viejo cubierta de agua.
Su mujer lo reclamaba desde la puerta de la casilla, le cocinaba estofados y le ofrecía cerveza, el hombre chapoteaba, siempre en el agua, inapetente. La cabeza era casi lo único que mantenía al ras. Pocas veces salía, le costaba horrores dormir sobre su cama fija. Teresa, la mujer triangular, se apresuraba a secarlo, miraba con espanto las últimas gotas que caían de su pelo. Con el paso de los años Abelardo frecuentaba cada vez menos tierra firme y Teresa ya ni se molestaba en salir a buscarlo. Sin embargo ella era una mujer fiel y continuaba atada a la casilla. Abelardo sentía por las noches el regodeo de la serpiente oscura del río, como una línea de tinta lo arrullaba y le hacía tener sueños extraños. Al mismo tiempo lo excitaba y lo dejaba tranquilo. Pero Teresa estaba allí, destruyendo las nervaduras de las hojas, hilando una bufanda estéril para ese clima cálido, inmensamente igual. Eso debía acabar.
Abelardo le hizo una propuesta: él podría simplemente ahogarse. Teresa lloriqueó pero terminó aceptando. La despedida fue breve pero sincera.
El hombre en el agua, en el espesor del agua, su boca gris de sapo viejo cubierta de agua.
5 comentarios:
recuerdos de destruir nervaduras de hojitas en la casa de mi abuela cuando niña...
nena, te vere este julio? en unos dias me voy a villa...espero cruzarte..
abrazo..
Caroo!!
muy lindo,como siempre!!
Espero que tengas unas lindas vacaciones en tus pagos!
Un abrazoo!
Uf... me gusta.
caritooooooooo tu blog es una mezcla entre melancolia y cañitas voladoras!!!!!!!!!!!
te voy a extrañar!
pasala lindo allá!!!
abrazos
maría
carooooooooo soy maria nose porque me aparece un tal franco.
la de arriba soy yo eh
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