Habían visto al hombre tirado sobre la paresita de piedra. Algunos pensaron que estaba muerto, otros supusieron que estaba dormido. Mauro y Celina habían mirado el cielo junto al hombre y lo sintieron como si estuviera descansado sobre un mar de nubes grises y blancas, un cielo abierto y profundo sobre el cuerpo del hombre, un hombre agotado y dormido flotando sobre el mar. Después habían permanecido callados durante el resto del viaje, adormecidos por el vaivén del auto. Jugaban a cerrar los ojos y a despertar en otros lugares, transformaban los ruidos del motor y de la radio en sonidos conocidos. Alguien habló de carreras de caballos y de ir al hipódromo, y fue como si volvieran de quién sabe dónde. Luis siempre hablaba de caballos aunque jamás se hubiera subido a ninguno. Cuando era chico y su mamá lo llevaba al dentista esperaban en una salita empapelada de verde en la que había un cuadro –un óleo, decía su mamá- en el que se veían tres caballos galopando sobre una especie de humo sobrenatural. Luis se lo quedaba mirando extasiado y pensaba que los animales podrían salirse del cuadro, los miraba como si se tratara de animales fabulosos, eran pura potencia, eran la energía hecha cuerpo, animales puros e inaprensibles, nadie jamás hablaría el lenguaje de los caballos aunque los domaran. -Ese hombre, dijo Luis, dormía como hubiera dormido un caballo antes de una tormenta. Todos rieron ante la idea pero Gabriel dijo que podía ser, que quizás compartieran el agotamiento y la pesadez. Celina discrepó, para ella el hombre era liviano, no pesaba nada, y si le hubieran sacado las zapatillas y la campera se hubiera desvanecido. Todos se rieron nuevamente. –era un tipo, como miles de otros linyeras que duermen donde pueden, un pobre tipo, déjenlo en paz, dijo Enrique.
Las piernas de Celina empezaron a incendiarse. El sol entraba en las rodillas y lo iba secando todo. Mauro sentía gusto a nafta en la garganta, Gabriel se ahogaba con hilos viejos y unas lámparas. Enrique repetía una sola frase en su cabeza “esto no es lluvia”, “esto no es lluvia” y manejaba con el entrecejo fruncido. Todo sería más fácil si tuviéramos una casa, dijo por fin Luis, con un patiecito y una parrillita para el asado, o bueno, como sea. Enrique lo miró como recriminándole que no le fuera suficiente con la casa de su tía, pero se le vino a la cabeza la imagen de la pava quemada y del garaje convertido en el lugar de todo todo lo que estuviera dando vueltas.
Celina lo miró a Mauro y le dibujó una bicicleta en la espalda, como antes. Él sonrió y le apretó por unos segundos la mano. Tenía los nudillos como hundidos y las uñas sucias.
Luis cantó en “su” inglés una canción mientras Mauro arreglaba el mate. Tenían que parar a cargar gas y de paso iban al baño y compraban algo para tirar hasta que llegaran. A esa hora de la noche, si alguien los hubiera visto desde lejos, habrían parecido manchas con ruido, azules y blancas, algunas marrones, moviéndose con gestos rápidos y largando un humo breve cuando hablaban, de puro frío.
-Agotado, había dicho Mauro al subir al auto, la mancha azul de campera de gimnasia, agotado como el caballo de Luisito, flotando sobre el mar y quien sabe, quizás ya estuviera tragando helechos y bichos, con el vientre hinchado y las manos celestes, o durmiendo, como decía Celina, sobre el mar de nubes grises, descansando del mundo y de ellos y vacío hasta la última pestaña.
Laxo social.
Hace 4 años
1 comentario:
vos sí que tenes talento!!!!!!! En serio que me gustó mucho,habría que subir la foto también así todos entienden la conexión extralunar. Te quiero amiga!
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