El hombre está sentado frente al mostrador. Mira por la ventana y después al resto de los compañeros. La luz se extingue gradualmente desde los pequeños escritorios ubicados al lado de la ventana hasta los más alejados. Las luces eléctricas que sobre estos últimos, caen, no son suficientes y descienden bastante mal sobre las cabezas de dos mujeres y tres hombres, uno de ellos es el chico nuevo que ha entrado hace poco. La lógica de la empresa es colocar a los más nuevos alejados de toda fuente de distracción, ya sea la puerta de entrada, la máquina de café o la ventana que da a la calle. Nadie se cuida del ventiluz que da sobre el jardín de invierno porque suponen, y suponen bastante bien, que nadie podría interesarse por el crecimiento imperceptible de las plantas, que nadie se molestaría en vigilar el recorrido incierto de una hormiga ni la fuga recalcitrante de las arañas.
Mientras responde el teléfono el hombre traza sobre el papel celeste dos líneas curvas enfrentadas. Se detiene y sonríe ante la insistencia cordial del hombre que tiene al otro lado de la línea. Reconoce, desde el fondo áspero pero amable de la voz, a su tío, el hermano de su padre con quien la familia no ha tenido contacto en años, después de un litigio por unas tierras en Santa Fé. Mientras el recuerdo emerge, el hombre reconoce en el dibujo un planeta que podría ser Mercurio, sólo que más liso y plano y rodeado de nubes. Las líneas no se tocan por lo que las dimensiones de esa tierra se expanden. El hombre dice: "Si ud. es responsable inscripto no hay problema, señor" y larga la carcajada. Es una carcajada completa de todos los dientes y de no haber entendido la distancia ni el silencio, pero completa y excenta de maldad, volcada de lleno sobre la cabeza seguramente cana o calva del tío extraño, exiliado o litigado.
Mientras se ríe se mueve nervioso en la silla giratoria y sube, desde abajo, el dolor del tobillo que se torció jugando al fútbol unos días antes, justo cuando el planeta pierde uno de sus polos porque el hombre ha rasgado el papel. El tío corta inmediatamente el teléfono, ofendido y sin entender nada. La carcajada sigue cayendo y baña la cabeza infantil que se asoma sobre el mostrador del hombre. El nene levanta del suelo el papel celeste con el polo sur de mercurio y se lo entrega. Vuelve con su madre que está sentada en las sillas, esperando su turno y estrujando el número 39.
Laxo social.
Hace 4 años
1 comentario:
Lo vertiginoso de mis últimas semanas me alejó de los rincones en los que me gustaba acurrucarme. Entre ellos, este. Y vuelvo, en un segundito, antes de apagar la máquina (sólo lo suficiente para que enfríe un poco y nada más, que pronto habrá de combustionar otra vez, rozando cada día más de cerca las rayitas de rojo creciente), y vuelvo, que decía, y me encuentro unas cuantas cosas que más me hubiera gustado agarrar al instante, como las tortas destrozadas al salir del horno, que siempre me gustaron más. Este hombre que ríe (y todo lo que está sin decir oculto en el ruido de la señal telefónica o ahogado en la garganta por la carcajada) me dejaron con un temblor olvidado. Angustioso o feliz o cotidiano, no se. Hay que ir a buscarlo ahí, en lo que no se dijo, en las ventanas, y en el fondo de los cajones.
Enhorabuena.
Y en otro orden de cosas, en, digamos, posdata, muy bueno lo de la Katy esta de acá arriba. Apenas pispié pero, como dice un mi amigo, mou bua.
Un beso carip
Publicar un comentario