Ironías: Crónica de un sábado en Estancia Grande
Escrito por Sonia Álvarez, secretaria de Prensa y difusión de ASDE
Martes 26 de Julio de 2011 06:26
Al llegar a Estancia Grande, provincia de San Luis, el agua juega por curvilíneos canales cementicios y entre esculturas de hierro y madera. Cientos de pensamientos en flor y cascadas bajan de la montaña y bañan los costados de acceso a la localidad. El sonido del agua invade y da sensación de frescura y belleza en medio de un bosque de árboles grandes que sortea un deck de madera. Los turistas sacan fotos, admirados, pero serios.
Nadie habla fuerte ni dice una palabra de más, ¡silencio!, estamos cerca de la casa del Gobernador Alberto Rodríguez Saá.
Ni un solo papel vuela en las inmediaciones y nos resulta tan extraño, pues como Villamercedinos estamos acostumbrados a tragar tierra y bocanadas de aire putrefacto provenientes de algunas fábricas, piletones cloacales o del feedlot, por eso nos sentirnos desorientados y ajenos. Estamos tan habituados al desborde cloacal de las esquinas, las bolsas de nylon pegadas a los alambrados y de la basura rota por los perros que ya todo lo descripto es parte natural del paisaje. En Estancia Grande, la realidad es otra, los desperdicios hasta se clasifican. Nos miramos unos a otros sin saber qué hacer ni hacia dónde ir.
Las calles adoquinadas e iluminadas por farolas, se bifurcan en dos. Una hacia el Potrero de los Funes y otra, ya ni siquiera importa. Acostumbrados a 6 o 7 centímetros menos del asfalto que corresponde -pero que se nos cobra-, a las calles de tierra, a los barriales inaccesibles de algunos barrios y las lucecitas que se agitan tristemente con el viento a escasos pasos del centro de la ciudad, y a pocas cuadras de la autopista iluminada, hace que, poco a poco, la indignación crezca.
A los pocos minutos, y tal vez apiadados de nosotros, quienes ofician de guías turísticos nos acercan un mapa de los pub, restó o pulperías que existen en el lugar. Es la hora de comer, tenemos hambre, pero no podemos sentarnos a pagar la comida de ningún chef, no nos alcanza.
También nos entregan una publicación, en forma de diario llamado “El Cartero de Estancia Grande”, Año 3, Nº 27, en cuyas hojas es imposible encontrar el staff de periodistas, o editorial que lo imprime. La primera plana dice en letras de molde: MÁS SEGURIDAD. Y la bajada añade: “Estancia Grande recibió 10 nuevos efectivos y dos móviles policiales para la comisaría de la comunidad”. La fotografía principal muestra dos camionetas y varios efectivos formados. Tienen más efectivos y vehículos que cualquiera de los barrios en los que vivimos.
En la página 3, se ve al candidato a gobernador y actual Jefe de Gabinete, Claudio Poggi, entregar las llaves de las camionetas al Jefe del destacamento y el redactor agrega lleno de júbilo: “un verdadero logro para la localidad que sigue apostando por el crecimiento y el desarrollo.”
Y al parecer la Dra. Berta Arenas había expresado: “Estas giras institucionales tienen como finalidad estar más cerca de la gente en cada rincón de la provincia y transparentar todas las acciones y políticas que el Gobierno lleva adelante.”
Hay otros titulares: “El equipo de Estancia Grande, venció a Huracán”. Pero llama la atención el siguiente: “La reunión de la comunidad para juntar fondos en beneficio de la fundación Pioneros de Estancia Grande fue todo un éxito”.
Nosotros buscábamos la Estancia la Camila, a la familia Escudero, víctimas de las expropiaciones de un Gobernador que manda a incendiar campos para que los viejos habitantes del lugar, huyan despavoridos ya que se niegan a dejar el lugar donde han nacido. O bien arroja adultos, niños y ancianos a la calle y demuele sus casas de 20 años, porque le afean la vista de su enorme torre de cristal en Terrazas del Portezuelo.
Evidentemente, en este entorno negado a la mayoría de los sanluiseños, por su lujo y precios, no encontraríamos a la Familia Escudero. Ellos y todas las demás familias víctimas de las expropiaciones no fueron considerados pioneros. Algunos ya no viven allí, algunos ya fueron corridos por las topadoras, sus animales robados y los cimientos de sus casas enterrados para la curiosidad de futuros arqueólogos.
Finalmente, nos indicaron el camino, no era lejos; frente a un edificio en construcción, imponente en medio de la nada, está La Camila y en la puerta estaban también las dos camionetas entregadas por Poggi impidiendo la entrada de vehículos a La Camila. Claro, la publicación de 16 hojas no aclaró para seguridad de quiénes estaban destinadas. También comprobamos allí que tan cerca de la gente quería estar el gobierno según la Dra. Arenas.
Luego de varias comunicaciones por radio y celular, los policías destinados a la “seguridad de la comunidad”, nos dejaron pasar pero sin los autos.
Caminamos unas 2 cuadras, las huellas de las palas de las topadoras aún eran visibles. Cuando llegamos la familia nos recibió, hablamos, tomamos mate. Más tarde llegaría Mario Escudero hijo, profesor de Lengua y Literatura que venía de recorrer el campo, sediento pero hospitalario. Nos contó todo. Nos mostró papeles. Tiene pocas horas de sueño encima, la vigilia del día anterior ha sido larga y han estado bien acompañados por la gente que se acerca. Vemos el título de propiedad, el famoso decreto de expropiación, las demandas que han hecho, los papeles en orden.
Poco a poco se han ido levantando de las carpas los demás integrantes de la familia, saludando amablemente, prendiendo el fuego en tachos que ofician de cocinas improvisadas, colocando una parrilla encima para calentar la pava. El mate corre, caminando empieza a aparecer la gente, nadie con las manos vacías, y todos con el abrazo pronto y la cortesía de quienes en estos actos se reconocen como iguales.
La rueda es cada vez más grande, cumple años Cristobal Escudero. Don Mario ha llegado con dificultad, apoyado en una rama porque está recién operado del pie, ya no se acuerda qué fue de su bastón. Sin embargo está allí, defendiendo lo suyo.
La camaradería que existe conmueve. Todos ayudan, los niños juegan. Las nietas y bisnietos de Don Mario lo abrazan, le besan la cabeza. Las anécdotas de la resistencia se suceden: la noche del terror, del robo de 9 jamones, bondiolas, y chacinados que habían faenado, los animales que huyeron, “nos cortaron el agua y hasta la leña se llevaron” dice Don Escudero. “Entramos al otro día porque la gente quería entrar y desde entonces estamos aquí. Aquí pasamos la nieve y las heladas, nos dejaron con lo puesto. Una noche cercaron las entradas y era obvio que iban a reprimir, pero había periodistas con nosotros y no se animaron. Y también la gente se vino a romper el cerco policial. La gente nos ayudó”.
Todos tienen algo que contar, todos agradecen que se difunda lo que pasa. Todos se abrazan y se sonríen. Se sientan en troncos, en el piso o permanecen parados. De todos lados llega la ayuda. Hoy la familia se ha repartido ropa que donaron. Cerca, muy cerca, detrás de unos nylon que hacen de reparo al viento, se encuentran amontonados los escombros de lo que fue la casa.
La tarde declinaba tras un cerrito cuando nos despedimos. Ya en el auto leemos en la página 12 de EL CARTERO… la promoción de El libro de las virtudes de William J. Bennett que reunió en su libro cientos de textos de autores famosos “para hablarnos de las virtudes esenciales: la responsabilidad, el coraje, la compasión, la lealtad, el trabajo y la honestidad...” La recomendación termina diciendo: “los lectores descubrirán un tesoro de valores morales, fortaleza, sabiduría que los ayudará a tomar decisiones con generosidad y sentido ético…” Un libro que seguramente los Saá no leyeron, ni practicaron jamás, pero que seguramente toda la familia Escudero y todos los que dicen presentes todos los días en La Camila, podrían dar cátedra, inclusive al autor del libro.
Hoy a ningún sanluiseño le extrañaría que Alberto Rodríguez Saá haya aprendido a tocar la lira y componga horrorosos poemas que cantará desde lo alto de su torre de cristal, mientras Roma/San Luis arda para reconstruirla a su antojo y para gloria de la que hablarán las generaciones venideras.
LEVANTÁ LA CABEZA, LA RESIGNACIÓN TE HUMILLA, LA NEGACIÓN TE VENCE, LA INDIFERENCIA DEJA QUE LA HISTORIA TE PASE DE LADO Y AL IGUAL QUE LA OBSECUENCIA, TE CONVIERTE EN CULPABLE DE LAS CONSECUENCIAS.
Laxo social.
Hace 4 años