sábado, 20 de agosto de 2011

1.Lo que no duerme

Hacia el costado sube la columna de humo del último cigarrillo. Podría estar en Budapest o afuera de un bar a la caída de la tarde, pero no. No estoy. Desde el punto en el que estoy intuyo la franja naranja y su voz aguda alzándose por encima del agua y convirtiéndose en una burbuja o en la respiración del ahogado.
Es la segunda vez que se me cae el cigarrillo. Lo sostengo, ahora, como si fuera una extensión irreal de mis dedos o como si se hubiera abierto, como algo natural, un hueco humeante en mis manos por el que respirara, confundida, la angustia. Desecho la metáfora. No tengo el interior humeante, sería más exacto pensar en una masa convulsa que se junta y se separa generando huecos y saturaciones de músculos, sangre, vasos sanguíneos, pliegues. Retomo un pensamiento de la mañana, a propósito de un comentario que hicieron Fernando y Taveira unos días atrás, qué ocurre cuando sólo una parte del cuerpo late como si allí residiera o hubiera migrado, impredecible, el corazón. Entonces no sé porqué esta mañana vine a pensar en las tortugas y los caparazones y pensé que allí debía residir su corazón milenario y un poco reseco, su corazón hexagonal que se detiene cuando se da vuelta, y pensaba en el instinto o la cobardía de las tortugas, que ante las situaciones de peligro, meten las extremidades en el caparazón, y en que en realidad van a reencontrarse con el depositario de sus fuerzas y se dan ánimo frente al corazón diminuto y palpitante, que flota, o mejor, se suspende, bajo la carcasa tosca que mal o bien, lo protege.
Empiezo a masturbarme pero sin deseo. En vano la imagino medio desnuda y reclinada al borde de la pileta, y después, en vano, fuerzo el recuerdo obseno, porque a partir de ayer se ha descompuesto el delicado sistema que la hacía posible. Ahora, cuando seguramente estará nadando o ya yéndose a su casa, o pasando por lo de su mamá a dejar los libros, está siendo aquello que no se sabe, lo que ya no se sabrá, estará en los modos del desconocimiento, y por eso, el deseo, que parece más bien una fuerza suplementaria o un apéndice, y que no tiene de dónde agarrarse, desaparece. En la parte activa que ha quedado, en la parte despierta después de que ha volado la represa llevándose todo, yo soy lo que no duerme.

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