martes, 24 de agosto de 2010

La carcajada-

Sí ¡Claro que existen! –contestó Emilio. Usted habla de escaleras en el fondo de las plazas, de túneles. Sí, existen, créamelo, y debajo, mujeres llevando la correspondencia, en mundos contiguos pero en diferentes dimensiones. Yo estuve a punto de casarme con una de ellas. Después de mucho experimentar noté, en el aire de la tarde, y a la altura de mis ojos, en la mitad de la escalera, una especie de mancha en la que fui reconociendo algo parecido a una cara de mujer, solo que mi timidez, mi falta de costumbre para tratar con personas del otro sexo, distorsionaba esa cara como un lente empañado.
Ella estaba a su vez mirándome. Se me acercaba con una expresión de asombro e incredulidad. Su cara estaba fuera de mí, dentro de mí, nos distorsionábamos. Me sentí un cobarde y le ofrecí sostenerle su pesada canasta llena de naranjas de ombligo, ella me besó, abalanzándose al sexto escalón en el que yo estaba. Y al ver allí, frente a mis ojos, en la frontera entre dos mundos contiguos, lo que me daba, y la oscuridad del cuarto escalón, del tercero, el murmullo de las mujeres, al ver lo de ese ser y lo mío, todo junto, sentí que era una aberración, fluctuando en la misma cara, nuestra cara. No pude contenerme y alcancé el séptimo escalón, el octavo, lancé la carcajada, estaba nervioso, trastabillé, y con la carcajada desapareció. Alcancé a escuchar el ruido de las naranjas rodando hasta el segundo escalón.


reescritura del cuento "La carcajada" de A. Imbert, del libro El gato de Cheshire

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