miércoles, 10 de febrero de 2010

II. Debajo


De la arena suben las mosquitas y se suspenden de a ratos sobre las letras del libro.
Habitan la arena y las manos de los últimos bañistas que leen contra el suelo.
Suben hasta casi la mitad del cuerpo y vuelven a bajar, silenciosamente, como si respiraran la humedad de la tierra.
Antes se habían bañado en el lago, los niños y las mujeres, y habían tendido lonas y desplegado la comida: las galletitas, la soda, el fiambre, el pan, las gaseosas. Antes las moscas dormían replegadas en la arena, como si fueran la contracara viva del suelo disuelto.
Elena se había fijado en la bolsa blanca que había quedado inclinada sobre la mesa de madera como si fuera un perro muy flaco. El declive de la panza subía delicadamente hasta la mesa y la cola transparente se doblaba hasta quedar escondida por el flanco derecho del perro.
y ahora la luna golpea contra el muelle y contra el agua, despierta a las mosquitas.
Los pies de los bañistas han dejado huecos en la playa. Ahora las linternas llenan brevemente el lugar que antes ocupaban los pasos. (Elena piensa que ahora, las luces entrarían mal en la hilera que dejarían las ruedas de su silla sobre la arena, la luz sobraría por todos lados).
Naranjas y blancas, también sobre el pan y sobre los cuerpos acostados. Las mosquitas rodean las patas del perro negro y se juntan bajo su hálito tibio. El animal las reconoce y las envuelve con su sombra.

3 comentarios:

pilar dijo...

Hay un lugar cerca de la península, de las ballenas que no conocimos, donde existen una familia de miles de mosquitas grises que cuando caminas se pegan a la piel, reclamando cariño. Hay veces que querer es así de duro.
Beso amiga, concubina, compañera de viaje, y hasta hermana jaja

Santiago Maisonnave dijo...

Es genial ese paréntesis. Es genial el pensamiento de Elena.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

¿Es un Xul Solar? Que buen pintor!

Saludos