sábado, 10 de septiembre de 2011

El último de los cinco tiempos

Viene de acá.

5.
A esta hora uno pierde las esperanzas. A las tres o a las cuatro de la mañana todavía se puede tensar el hilo hacia el otro día, queda espacio de noche porque todavía la luz es azul y se oyen los sonidos de la ciudad que duerme. Hasta las 4 de la mañana, máximo hasta las cuatro y media, uno puede tener confianza y creer que va a poder conciliar el sueño, porque aún se está de este lado del día, aún se está en el día anterior, pero pasada esa hora, se vuelve hasta ocioso dormirse, y es cuestión de que el cielo comience a clarear para que uno se sienta un completo idiota. Sin embargo me resisto a incorporarme al día, no me voy a servir un vaso de agua, no voy a prender la televisión, no voy a leer ni a escribir, no voy a consumar la venganza de llamar a Taveira en plena noche, no voy a forzar el recuerdo de cosas inútiles ni voy a fumar. Me voy a mantener así, espero que sin acalambrarme, atento al movimiento del abdomen y voy a borrar, a fuerza de tanto mirar, las cosas de esta habitación. Empezaré por la estantería que ahora comienza a dibujarse un poco más claramente, mal alumbrada por la primera luz fría del amanecer, y cuando no quede más nada me voy a levantar, voy a cancelar mi compromiso con el tío de Fernando, voy a romper la lista de compras que dejó María y empezaré a extraer, uno a uno, los mil dientes de Auxilio, y en cada diente habrá un ojo o la imagen de un ojo que bulle y desaparece, y cuando llegue al último, podré dormir.

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