martes, 31 de mayo de 2011

pasan y son dos



encontré un pez en la pared. Pili vio el otro.
La luz entra a las cinco de la tarde y baña el departamento. Ahora, que ya oscureció, los departamentos reverberan hacia afuera, como si trataran de devolver, aunque sea parcialmente, la luz que han estado recibiendo desde la mañana.

luces de la autopista.

Tengo ganas de escribir sobre las ventanas y las luces, sobre los modos en que ingresa y se deposita, sobre cómo se va modificando, las sombras, los dibujos. Invitolos, entonces, a que me cuenten cómo entra la luz en sus ventanas. La consigna es más o menos así:
8:00 am-tres cuartos de persiana baja: la luz de la mañana es fría y rectangular, porosa. Cae sobre el placard en forma oblicua y se va deshaciendo hacia la puerta. Allí queda sólo una zona imprecisa que no es ni luz ni sombra, un poco más cálida y densa. Hacia el mediodía, si me quedara en donde estoy, caería compacta sobre la mitad de mi cara y debería cerrar los ojos.

4 comentarios:

notancul dijo...

Como aun permanezco un poco enfant terrible no hago caso de las consignas, así que voy a decir otras cosas.
Por mucho tiempo creí algo un tanto patológico que se fijen en mi memoria, a veces más reticentemente que las formas o los colores, las luces. Las hojas de unos árboles de una tarde que fue sobrenatural son menos las hojas y más esos espacios por los que la fuerte luz del sol anaranjado que relumbraba en el fondo no pasaba. De una noche recuerdo más los juegos y trampas que tendía una lámpara sobre las cosas, que las cosas. El fondo de un valle que vi desde un pico es más una vaguedad blanquecina moteada de chispazos amarillos. Una tristeza, la oscuridad que se cernía, que a penas dejaba ver la punta de los dedos.
Creí que eran síntomas de una percepción desordenada.
Después, una iluminación (otra luz): la memoria no es otra cosa más que luces. Luces que relumbran entre la complicada enramada que encierran los cráneos. Lucecitas que se prenden acá o allá. Fugacidades. Fogones. Inflamados soles. Entre los árboles de nuestra cabeza, las luces de la memoria.
Así fue que descubrí una metáfora de la memoria y, si bien no recobré la confianza en la cordura, al menos empecé a pensar que está ésta fundada en otras cosas, que no en las luces, las memorias.

pd.: veo los peces. Uno se aleja. Otro está de paso. Te desafío a encontrar pájaros.

Darío dijo...

Después entendí porque en el costadito estaba esa cita de Saer, y tu deseo de escribir sobre ventanas y luz. Aprehender el detalle hasta llegar al hueso mismo. Entendí.

Caro dijo...

gracias por pasarse.
Cris: qué lindo comentario y qué buena la metáfora de la memoria con sus ramas y sus fogonazos de luz. Me parece muy bien que no hayas seguido la consigna, salieron imágenes buenísimas. Yo, de la luz, recuerdo a veces el calor que sobrevuela las superficies y hace temblar la visión. Un calor ascendiendo por la pared de un edificio (yo la miraba colgada desde la terraza) en pleno mediodía. Y, aunque no tenga que ver con la luz, black birds parados en árboles de invierno, sin una sola hoja, a la madrugada. Dos imágenes que resumen mi paso por Rio IV y unas cuantas cosas más.
Gracias por pasarte amigo, abrazo!

Curiyú: sí, Saer está en el fondo de esta búsqueda de la luz, es tan hermoso como describe el río y el amanecer... gracias por pasar!

Santiago Maisonnave dijo...

Pescar peces en la pared es una gran vocación. No hay forma de estar solo, de pasar hambre, de tener miedo, cuando se pescan peces en la pared.
Supongo que anduvo por sus pagos...
Le mando un abrazo grande, Carito.