miércoles, 30 de septiembre de 2009



Macarena se hizo en el campo. No es que haya surgido de la tierra pero sí puso sus manos al sol y bebió agua directamente de la laguna casi después de nacer.
Vivía cerca de los espinillos y los sentía como una tela dura, hecha de cortezas y habitada por arañas rudimentarias o demasiado viejas. A veces solía ir hasta el granero para oír amamantar a la gata. Se preguntaba por el destino de los gatos que no llegaban a beber la leche.
Emilio la miraba bañarse y le daba de comer -queso y peras- y a la tardecita se les acercaban los perros.

La noche en el campo era tan negra sobre la casita sencilla. Era de un silencio que crecía, acumulador de imágenes que duraban poco y eran reemplazadas por otras, vertiginosamente. El silencio era negro y absorbía la poca luz que desprendían los hongos en la tierra y las mariposas. Macarena jugaba a no pestañear y fumaba a escondidas.

Algunas veces recogía los cuerpos de los gatos en una canasta y los llevaba cerca de la laguna: eran rosados y fríos, casi perfectos con su hociquito gris y sus ojos cerrados. Siempre morían en poses de resguardo, como bebés, como a ella misma le gustaría morir, y los enterraba cerca de la laguna para que pudieran transformarse en dragones de agua dulce. Se frotaba las manos para combatir el frío. Volvía a la casita para no pestañear y así poder absorber todo el silencio antes de que llegara el día y Emilio y las gallinas.

martes, 29 de septiembre de 2009

Hoy.sol de mañana



Al llegar a la pescadería me encontré con un hornero. Estaba comiendo un pedacito de algo y se quedó revoloteando por ahí, hizo un alto en la puerta y salió volando. El señor de la pescadería nos explicó, a un hombre y a mí, que el pájaro era un amigo de la casa, tenía su nido en el edificio de enfrente y convivía con otro señor pájaro, pero que éste, a diferencia del amigo, comía por calle 6.
Después hablamos de un zorzal, que también se llegaba todas las mañanas hasta la ventana de la pescadería y solía traer a su cohorte.
así vale la pena levantarse temprano y hacer las compras

domingo, 27 de septiembre de 2009

La cuerda. I


Por fin llegaba a la cocina que había visto en el sueño. El color verde parecía ahora más gastado, pero los platos reproducían exactamente el orden que presentaban en su sueño. El perro le ladraba, desconociéndolo, pero él pudo llamarlo por su nombre. Todas las ventanas estaban abiertas y corría el aire. La mañana fresca, casi blanca y la sensación del hallazgo. Sin embargo la cocinera no estaba allí, podía escucharla desde la puerta, pero no estaba como en su sueño. La distorsión lo tranquilizó y llamó dos veces, con el aplauso característico.

Nadie podría tolerar a la mujer gorda, nadie debería desearla ni presentir el filo de sus codos sobre la pared manchada.

La mujer se volvió apresurada, decidida a espantar a cualquier visitante.
El ruido de las cotorras los mantuvo callados un momento. Todas gritaron a la vez y se desbandaron.

Ernesto había predicho la cuerda con las cotorras amarradas de sus patas, algunas todavía vivas.

¿Por qué ninguno de aquellos niños gustaba de sentir la tibieza de la cabeza verde, acariciada a contrapelo una vez vencida la primera reticencia del animal? la muerte era fundamentalmente más precisa y menos lenta, también les aseguraba la posesión.

El hombre se disculpó por la tardanza y al gesto de la cocinera pasó a la sala de espera. había mirado los platos colgados dos veces en total, y le llamaba la atención que la gente los pusiera en la pared para tener que limpiarlos con frecuencia, como si sirvieran para algo, dorados, finos, algunos burdos, como aquel del cisne, o floreados, muertos.
Había sólo dos soñadores más: el calvo y la mujer Estela. Le sorprendieron las cejas de la mujer y se culpó por juzgarla tan rápidamente, por tener esa idea de que las mujeres debían tener cejas finas, arqueadas, con rigor y dulzura a la vez, perfectas como líneas de tinta.
Las cejas de la mujer no llegaban a unirse en el medio, pero estaban como despeinadas y profusas, oscuras le daban una profundidad algo artificiosa a los párpados y terminaban sin "gracia", en una línea sinuosa que no expresaba nada. El hombre pensó divertido que las manos del calvo deberían ser de la mujer, que las habían intercambiado en su ausencia, para molestarlo. Aquellas manos huesudas y pardas no podían ser del hombre, deberían haber intercambiado cejas por manos. Él no se quiso quedar afuera y bostezó, los otros bostezaron a su vez, a modo de aceptación, y el hombre se sentó.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Mañana Sábado 26-Varietté en el Centro Cultural Olga Vazquez..

"¿Qué es una chopeada?

Una chopeada es como un recital de poesías. Una chopeada es como una varieté. Pero en realidad es una pachanga.
La idea es así: Micrófono Abierto para escucharte leer lo que escribís. Música, Telas, Expos, Improvisación Teatral y Clown porque no queremos una noche de sábado que tenga solamente poesía, y cumbia para bailar, porque nos encanta bailar cumbia y tomar cerveza, por supuesto. Empieza temprano, tipo 9, ahí se puede comer pizza, y son muy muy ricas, hay una de albahaca genial.
Es en 60 entre 10 y 11."

jueves, 24 de septiembre de 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

infinittttt


Mi abuelo me decía que existía un hombre infinito. Señalaba con convicción las páginas de la historieta en la que se dibujaba un hombre corpulento y naranja, que vestía una armadura ligera y tenía rasgos duros en la cara. Mi abuelo me decía que era posible, que quizás existiera algún hombre infinito, que no muriera nunca, o que, de no existir todavía, podría llegar a nacer en cualquier momento. ¿Y si yo fuera el niño infinito? pensaba con angustia, mientras repasaba una vez más el libro de historieta que sostenía mi abuelo entre sus manos.
El hombre infinito era infatigable, caminaba de un cuadro al otro, caminaba, combatía y recorría muchos países –esto yo lo sabía porque en algunas viñetas estaba la torre Eiffel o las pirámides, y el hombre infinito sostenía la misma cara recia y el ceño fruncido, como si siempre se sintiera amenazado por algún peligro o estuviera por lanzarse a la aventura. Y yo le preguntaba, ¿Se puede lastimar el hombre que no muere? Sí, me decía mi abuelo, es como todos nosotros a diferencia de que no muere, pero tiene mucho tiempo para curarse. ¿Y tiene familia, tiene amigos? Los tuvo, pero murieron hace mucho tiempo, en lo demás, es como cualquiera de nosotros.
Me angustiaba pensar que el hombre pudiera lastimarse porque en mi imaginación la herida también era infinita. Y porque el hombre llevaría para siempre –y esa palabra dibujaba un hueco negro en mi imaginación- s-i-e-m-p-r-e los recuerdos de su infancia en la que aún desconocería su condición de infinito, entonces, al mirarse en los espejos su cara de siglos, el mundo le parecería una ironía –yo acaba de aprender esa palabra y la repetía en todos lados-, una “cruel ironía del destino”. Aferrado a mi abuelo, que intentaba tranquilizarme diciéndome que la memoria del hombre no era infinita, yo daba vueltas las páginas de la historieta y me sorprendía de que no tuviera más colores –era naranja, amarilla, gris y sepia, había detalles en blanco y en negro, pero predominaba un naranja solar o un naranja de incendio- y mi abuelo ponía cara de circunstancia y me decía que quizás existiera un hombre así entre nosotros, que podría ser el tío Marcelo o algún habitante del círculo polar, que podía ser cualquiera, y entonces yo sospechaba de mi abuelo, quizás fuera él, después de todo… y lo compadecía, y él seguía leyendo la historieta, aunque ya la sabía de memoria y me mandaba a calentar más agua para el mate. Desde adentro de la casa de mi abuela yo lo miraba sentado en el patio, con su cara tranquila y su forma de encorvarse suavemente sobre las páginas. El hombre solar tenía dedos largos y finos y después de un rato nos buscaba a mi abuela y a mí en la sombra, en las partes más frescas del patio, venía y con un gesto despreocupado tiraba la historieta en el pasto. Yo lo compadecía y me alegraba y le preguntaba si de verdad de verdad podía existir un hombre que no muriera nunca.

martes, 22 de septiembre de 2009

Josefina y el gigante-I




En el arroz una pestaña. La retira Josefina con cuidado y continúa comiendo. El gigante se rasca el cogote. La luz que se filtra entre sus dedos marca cuatro rectangulitos amarillos, de un zarpazo, la sombra. Después de la comida, Josefina apoya sus manos sobre la mesa, lo mira al otro con asco -tiene un arroz en la comisura de los labios-. Las manos gordas del gigante juegan con el pan, hacen goma. Josefina da órdenes secas que no convienen a su voz, se mueve por las escaleras acostumbrada, sabe la distancia que hay entre el primer y el segundo escalón, cuantos centímetros tendrá que recorrer su pie en el aire hasta encontrar el peldaño sucio y gastado. Después de levantar la mesa Josefina sube la escalera, angostísima. El cogote del gigante está enrojecido y las uñas sucias de jugo.
-Preparate para el dictado.- le ordena desde arriba.El gigante oye la orden como una sentencia, se acomoda en el banco, mira la lamparita que podría trizar con sus dedos, la espera. Josefina baja y se sienta distante. El gigante toma una hoja que le es chica y un lápiz, apoya la punta sobre el papel en blanco sin dejar rastros. Ella lo mira, cruza la pierna izquierda, se acomoda y comienza: carnicería en lo de doña Clota, punto y seguido. CON MAYÚSCULAS, para empezar la oración, escribí: de todas maneras falta mucho para que el pájaro cante la verdad, coma, el juicio es largo y penoso, coma, si no termina para fines de este invierno, coma, te aseguro Clota, coma, que al pajarraco lo despluman, punto y aparte.

sábado, 19 de septiembre de 2009

DISPARATADOS

Con unas amigas hicimos un taller de personajes disparatados, vinieron muchos peques y algunos-no-tan-peques. Hubo de todo:

Un aquaflash, un hombre con innumerable cantidad de brazos y piernas que se comía a su familia (la cual aparentemente era grande, una familia de las modernas, los tuyos, los míos y los nuestros) y que una vez se metió a una pileta en la que había un resorte, no lo vió y salió despedido por el aire.

Un pirata-mago con nariz de reloj de arena. (seguramente cuando se acabara la arena.. el personaje se quedara sin nariz.)

Un personaje que era todo alrevésssss

Un clarinete que no quería ser clarinete sino trompeta o saxofón. Y también una serpiente que vivía dentro del clarinete.

Un ser extrañísimo que tenía muchos muchos ojos y brazos de fósforos. El ojo central transportaba a los que lo miraban a la dimensión de la perdición.

Una vaca desordenada.

Una coneja que cuando hacía caca dejaba manzanas, riquísimas, por el camino.

Invitación a los que alguna vez visitan este blog... escriban un personaje disparatadísimo. A mi me contaron de uno que se complacía en perseguir incendios y los coleccionaba en cajitas.

viernes, 18 de septiembre de 2009

hoy

de dónde sale ese canto de la noche? los pájaros que no vemos entre las ramas, ni en las ventanas de los edificios. la noche de regreso bajo la lluvia y el filtro de un canto salido de la nada.

pero una vez: pájaros negros.
volver a ese pedacito de noche y quedarse un tiempo, sólo un tiempo más, en reposo.

martes, 15 de septiembre de 2009

Continuación.

A partir del cuento de Vale, tan tan hermoso.

Te posabas sobre la chimenea y a veces te miraba sobrevolar la casa. El humo te dibujaba una barba que se iba desarmando pero que fluía permanentemente. Yo alimentaba el fuego del hogar porque me gustaba mirarte allí arriba, desde la ventana. Otro día ingresábamos en el colectivo oscuro y el silencio de la gente nos recordaba la historia de Aleko y el oso. Te ponías seria para contar esa historia, describías con minuciosidad las rodillas lastimadas de Aleko y el aliento denso del oso, y nos volvíamos tan vulnerables como si estuviéramos rodeados de nieve, nosotros también, aunque el colectivo mantuviera una temperatura agradable. Hacia el final de la historia tu voz, Alice, se volvía casi inaudible y yo me acercaba a tu boca para escuchar las últimas palabras, que nunca eran las mismas. A lo largo de estos años he recogido algunas, una vez terminaste en “pez”, otra en “caballos”, dos veces en “pan”, y muchas veces hablaste de las rodillas como si allí hubiera un hueco. Después de escucharte me quedaba retraído sobre tu pecho como cuando vamos a escuchar un coro y sentimos que las voces continúan sonando un tiempo más, y antes de aplaudir hay un instante de recogimiento. Así, sólo que la historia de Aleko y el oso no permitía el aplauso. Otras veces hablabas sobre mi piel y te parecías a un pez cuando mueve la boca sin decir nada, la voz quedaba obturada pero dibujabas algo en mi espalda o en mi cuello. Me es tan difícil invocarte con delicadeza, contar del mar sin tragar agua y hablar lleno de algas y de arena.
Ayer los vi a Aleko y al oso en el tren de regreso a casa. Se hicieron los desentendidos. Me es sumamente difícil contar la historia como vos la contabas. Es curioso pero nunca he podido terminarla con las palabras con que vos lo hacías. Siempre, en algún punto del relato, me detengo en la cabaña y en Terese, ansío el momento en que ella sirve el té y reparte los pastelitos, ansío su aroma y estar del otro lado de la ventana, estar bajo la lámpara. Vos comprendías que eso era un corrimiento, un desvío que no resonaría nunca en las rodillas lastimadas de Aleko, que jamás los pastelitos calmarían al oso, y entonces pasabas rápido esa parte y los seguías a ellos, los esperabas en el lago congelado y con ellos corrías el peligro de pisar hielo flojo.
Terese, por otro lado, a quien me encontré también cuando salía apurado de casa, me ha convidado fuego y ha sido amable. Necesito permanecer en la superficie, Alice, del otro lado de la ventana.
Después de un tiempo que no sé… he regresado. Terese no está. Su casa se ha llenado de arena salada, las tacitas y la tetera están llenas de arena, todo, entre las cortinas, debajo de la cama, sobre las frutas falsas y sobre las verdaderas (que por esas zonas la arena se vuelve dulce o con sabor a limón). Aleko y el oso apenas si han envejecido, sólo sé que están más silenciosos y que te llevan de la mano. Vos tarareas una canción rusa como si tuvieras frío y yo te llamo por tu nombre pero no me sale la voz. Soy un pez tan inútil que cuando te llama traga arena y te sigue llamando, y tan sin delicadeza, Alice, tan opaco e inútil que no supo qué hacer, que no supo qué hacer con esa cantidad de azul y el mar y tu cuerpo desapareciendo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

LA RIMBOMBANTE MUÑECOTECA








Platenses y people around the world!!! Se viene la semana de la Primavera en La Grieta! Vengan y traigan a sus primitos, hermanitos, amiguitos, playmovil, paloma mensajera, barrilete, 100 de mortadela, farolitos, novios, novias, amantes! lo que quieran! los esperamos!


martes, 8 de septiembre de 2009

Vuelta a Josefina

Vuelvo a Josefina + ideas aportadas por Plomo Negro (gracias).
qué molesto es poner mayúsculas.


Siento la enfermedad en la espalda, es un buen síntoma, es señal de que se está yendo. hasta me gusta sentir las crispaciones como espinas finísimas que rompen la piel y se resignan. por lo demás, el día se me pasa volando. duermo y deliro. vienen mi tía y mi abuela y me cuentan historias de caracoles y ciempiés. Sólo puedo tomar té y gelatina, y antes de comerla me quedo algunos minutos mirando a través de la masa de color, y me gusta deformarle la cara a la chica que está en la cama vecina, es de algún modo como duplicar su monstruosidad. La chica se llama Claudia, según escuché del doctor, y tiene dedos como ventosas, se toca permanentemente la cara y mira con asombro la pared. Me he quedado mirando e intentado descubrir alguna mancha de humedad maravillosa, algo, pero no he visto nada, sólo su cara asombrada y dolorosa. el enfermero debe saber que por las noches me asusta y entonces se sienta a mi lado y me da su mano que siempre está tibia y me pone un pañuelito blanco y frío sobre la frente. me dice, señorita Josefina, y me corre el pelo de la cara, arregla las sábanas como siempre hace mi abuela. Nos quedamos en silencio y yo tardo horas en dormirme. Me he acostumbrado a mirarlo a los ojos, ya no me pone incómoda su mirada de animal nocturno. tiene pestañas que a veces cobran vida, como las patitas del ciempiés que me cuenta mi tía; otras veces, su cara es como un umbral tras el cual me imagino un desierto blanco o una colonia de vacaciones. algunos dicen que uno crece mientras está enfermo. Cuando era chica envidiaba a mi prima Sofía porque se enfermaba tan a menudo que en mi imaginación llegaba a ser una gigante. Cuando vuelva a casa sostendré el pañuelo sobre mi cara y quizás se abra una ventana hacia los ojos de Daniel o hacia Claudia y su sorpresa. La necesito con sus manos frenéticas, con su cara oscura y sus costados de murciélago para que aparezca la mano tibia que conjura la fiebre.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Instrucciones para sortear la escalera de humanidades a las seis de la tarde

manos manos. le gente tan cerca saliendo y entrando. un sólo tigre pasado por agua, un poco gris y lleno de rumores. cursadas, esa luz que no se sabe de dónde viene, fluorescentes? perros. manos, manos y rostros tan cerca. subir subir sin caerse, sin tropezarse, sin chocarse a las personas que también bajan y suben y respiran tan cerca. fugarse con "cotidiano" aunque suene a paradoja.


http://www.youtube.com/watch?v=WBwo5MzB7io

domingo, 6 de septiembre de 2009

Josefina se baña como las palomas, mal y por casualidad. se envuelve con un pañuelito y estornuda porque le da el sol sobre la cara. se queda estática mirando por la ventana mientras las gotas se van secando una por una. recuerda los lapachos rosados, se imagina que Córdoba es una ciudad enorme llena de colinas donde crecen miles y miles de lapachos, y por las noches, pájaros grises duermen entre las flores rosas y se desparraman durante el día. después, medio mojada, le saca punta a los lápices y con las coronitas se hace un disfraz de puercoespín. habla tan despacio consigo misma que es como si las palabras se evaporaran antes de llegar a completarse, entonces, dice algo como “partentushjesnpu” y se cubre las espinas con el pañuelito.

viernes, 4 de septiembre de 2009

desde las tazas II


Elisa ve pasar el panadero. Sobre los edificios pasa y a pesar de su ligereza, el panadero se hunde hasta el puente, cae precipitadamente como una pequeña bola de acero, y allí está, sobre el puente, viajando, cuando todavía lo desconocía todo. Y a la vez nada sale del panadero, es como si, puesto de revés, tampoco saliera nada de él. Como si sacudiera un pullover y nada. hace tiempo que viene diciendo las mismas palabras, Agustín y Mabel, la casa que se está viniendo abajo, los inquilinos.

Sobre su cabeza rechinan las tazas y los platos. Ella siempre se imagina que un árbol viejo nace del centro de las tazas, sin embargo, allí arriba, los inquilinos las lavan a menudo, las llenan de café, las vacían, las beben, Francisquito las lame, Pompilia les pasa delicadamente el dedo, y las vuelven a entrechocar, las abandonan en el lavabo, y apenas el árbol busca resquebrajar la loza, allí está nuevamente la infusión anaranjada que sirve Marta a todo el mundo. (continúa)