Elisa ve pasar el panadero. Sobre los edificios pasa y a pesar de su ligereza, el panadero se hunde hasta el puente, cae precipitadamente como una pequeña bola de acero, y allí está, sobre el puente, viajando, cuando todavía lo desconocía todo. Y a la vez nada sale del panadero, es como si, puesto de revés, tampoco saliera nada de él. Como si sacudiera un pullover y nada. hace tiempo que viene diciendo las mismas palabras, Agustín y Mabel, la casa que se está viniendo abajo, los inquilinos.
Sobre su cabeza rechinan las tazas y los platos. Ella siempre se imagina que un árbol viejo nace del centro de las tazas, sin embargo, allí arriba, los inquilinos las lavan a menudo, las llenan de café, las vacían, las beben, Francisquito las lame, Pompilia les pasa delicadamente el dedo, y las vuelven a entrechocar, las abandonan en el lavabo, y apenas el árbol busca resquebrajar la loza, allí está nuevamente la infusión anaranjada que sirve Marta a todo el mundo. (continúa)
1 comentario:
Cuando éramos chicos, a mi hermana la asustaban los panaderos. Yo la perseguía corriendo por la casa de mis abuelos con uno de ellos en la mano. Me divertía mucho que algo tan inofensivo pudiera asustarla tanto.
De esos días recuerdo las motas de polvo en el aire, denunciadas por el sol que entraba por la ventana y yo miraba tirado en la alfombra caliente de luz sobre el piso del living.
Le mando un abrazo.
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