martes, 22 de septiembre de 2009

Josefina y el gigante-I




En el arroz una pestaña. La retira Josefina con cuidado y continúa comiendo. El gigante se rasca el cogote. La luz que se filtra entre sus dedos marca cuatro rectangulitos amarillos, de un zarpazo, la sombra. Después de la comida, Josefina apoya sus manos sobre la mesa, lo mira al otro con asco -tiene un arroz en la comisura de los labios-. Las manos gordas del gigante juegan con el pan, hacen goma. Josefina da órdenes secas que no convienen a su voz, se mueve por las escaleras acostumbrada, sabe la distancia que hay entre el primer y el segundo escalón, cuantos centímetros tendrá que recorrer su pie en el aire hasta encontrar el peldaño sucio y gastado. Después de levantar la mesa Josefina sube la escalera, angostísima. El cogote del gigante está enrojecido y las uñas sucias de jugo.
-Preparate para el dictado.- le ordena desde arriba.El gigante oye la orden como una sentencia, se acomoda en el banco, mira la lamparita que podría trizar con sus dedos, la espera. Josefina baja y se sienta distante. El gigante toma una hoja que le es chica y un lápiz, apoya la punta sobre el papel en blanco sin dejar rastros. Ella lo mira, cruza la pierna izquierda, se acomoda y comienza: carnicería en lo de doña Clota, punto y seguido. CON MAYÚSCULAS, para empezar la oración, escribí: de todas maneras falta mucho para que el pájaro cante la verdad, coma, el juicio es largo y penoso, coma, si no termina para fines de este invierno, coma, te aseguro Clota, coma, que al pajarraco lo despluman, punto y aparte.

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