miércoles, 30 de septiembre de 2009



Macarena se hizo en el campo. No es que haya surgido de la tierra pero sí puso sus manos al sol y bebió agua directamente de la laguna casi después de nacer.
Vivía cerca de los espinillos y los sentía como una tela dura, hecha de cortezas y habitada por arañas rudimentarias o demasiado viejas. A veces solía ir hasta el granero para oír amamantar a la gata. Se preguntaba por el destino de los gatos que no llegaban a beber la leche.
Emilio la miraba bañarse y le daba de comer -queso y peras- y a la tardecita se les acercaban los perros.

La noche en el campo era tan negra sobre la casita sencilla. Era de un silencio que crecía, acumulador de imágenes que duraban poco y eran reemplazadas por otras, vertiginosamente. El silencio era negro y absorbía la poca luz que desprendían los hongos en la tierra y las mariposas. Macarena jugaba a no pestañear y fumaba a escondidas.

Algunas veces recogía los cuerpos de los gatos en una canasta y los llevaba cerca de la laguna: eran rosados y fríos, casi perfectos con su hociquito gris y sus ojos cerrados. Siempre morían en poses de resguardo, como bebés, como a ella misma le gustaría morir, y los enterraba cerca de la laguna para que pudieran transformarse en dragones de agua dulce. Se frotaba las manos para combatir el frío. Volvía a la casita para no pestañear y así poder absorber todo el silencio antes de que llegara el día y Emilio y las gallinas.

2 comentarios:

néstor dijo...

Me llamó la atención, en este breve texto, tu capacidad para poner en juego todos los sentidos. Se oye, se ve, se huelen las imágenes. En fin, se disfruta.

Saludos.

Santiago Maisonnave dijo...

Comparto las observaciones de Néstor: el texto hace de lo pequeño y cotidiano algo más complejo de lo que parece... no es poca cosa.
Abrazo.