sábado, 29 de agosto de 2009

lejos


Al verla, la madre de Búchette se persignó. Estaba adherida a la sombra, jadeante y con la espalda inclinada, algo de animal se desprendía de su cuerpo rojizo. Ella intentó tranquilizarla, le explicó que había venido corriendo, que no había dormido en días. Ya se quitaría el barro de los pies y se lavaría el pelo, volvería a oler bien, enderezaría su cuerpo y se volvería blanca, opalina.
Mientras tanto la madre de Buchette retrocedía hacia la mesa, crispada, y miraba hacia la puerta. Sobre su cara y su pecho se dibujaba todavía el recorrido de la cruz, que había hecho apresurada al verla. Ahí estaba, como un escudo sobre su cara, la cruz mal hecha.
Buchette se incorporó y quiso acercarse a la ventana, salir del cono de sombra en que había estado recuperando el aliento. Al verla acercarse su madre volvió a persignarse y rechazó su olor a maleza y a sudor viejo. Soy yo, Buchette, dijo la cervatilla. Su madre apenas la miró: la luz le daba sobre el lomo veteado, todavía lloraba como una mujer.

4 comentarios:

Santiago Maisonnave dijo...

No sé dónde hay más magnetismo: si en los dobleces de la voz de la madre, pretendiendo dulzura desde el espanto, o en la metamorfosis de Buchette... La única forma de relatar una transformación semejante después de Samsa es depositándola en la ambigüedad: es genial que lo monstruoso, en tu relato, tome la forma de un cervatillo.
Un abrazo.

Caro dijo...

How beautiful to be,
State of emergency

franco dijo...

Hermosísimo. Lo único que me pasó, fue que al final medio que se me murió algo cuando dijiste que se había "persignado". Me había encariñado demasiado con la descripción anterior de eso.

Caro dijo...

Gracias Franco, no puedo entrar a tu blog, no me lo permite el link... entiendo lo que decís y comparto, sólo que pensé el acto de persignarse como uno de los rostros posibles...algo así...saludos!