lunes, 31 de agosto de 2009

desde las tazas

Para Margarita y Tito, mis abuelos


de la taza María sacó las manos sucias de su abuela… “sucias” es una forma de decir: la abuela trabajaba la tierra como si repasara el día, arrancaba las hojitas feas y arreglaba aquí y allá. La conversación era recurrente, las flores y las hojas, la humedad de la tierra y las mosquitas; las palabras escanciaban las mañanas desde la que llegaba María con las piernas frías y el pullover flotándole sobre el vientre, azul.

de la taza pequeñita había venido corriendo, traía entre sus manos la cotorrita muerta. El verde todavía brillaba, más allá unos destellos de plumas azules y amarillas, naranjas y algo de rojo. Como un señuelo, y le acariciaba la cabeza pequeña de cotorrita muerta mientras de la taza salían también el hornero y la tijereta, el tero tero y el bicho feo bicho feo; el gorrión pero no la paloma.
interior sucio de taza color crema como un cascarón de huevo.
punteada. pintas marrones y naranjas.

y entonces arrojó el cuerpo verde a la taza
y no escuchó nunca el ruido de la caida.

sábado, 29 de agosto de 2009

otra vez, lejos


Estaba tan cansada… nos miraba sin vernos. Si se hubiera dormido, si simplemente hubiera cerrado los ojos sobre la falda de su madre, hubiera sido menos escandaloso, pero no, ahí estaba su cara de sueño en pleno día, como un derecho ganado y simplemente estando, allí, entre nosotros despiertos o funcionando en el día.
Tenía la cara como de ciempiés demorado, de hartazgo de calles y de autos, de casas de tía y primer grado. Tan cansada de que su madre a veces impostara la voz y le ocultara cosas, cansada de Esther y de su brazo mal enyesado, de la mochila llena de cuadernos únicos –que proliferarían año tras año- y de la letra de la señorita Graciela.
Querer llegar a casa y tomar la leche acostada en la cama, y que le fuera llegando un sueño blanco o verde, un tejido que ya hubiera comenzado desde el viaje en el micro, tapándole la boca y relajándole las manos, los pómulos y el cuello, y fresco sobre los ojos, el sueño.

lejos


Al verla, la madre de Búchette se persignó. Estaba adherida a la sombra, jadeante y con la espalda inclinada, algo de animal se desprendía de su cuerpo rojizo. Ella intentó tranquilizarla, le explicó que había venido corriendo, que no había dormido en días. Ya se quitaría el barro de los pies y se lavaría el pelo, volvería a oler bien, enderezaría su cuerpo y se volvería blanca, opalina.
Mientras tanto la madre de Buchette retrocedía hacia la mesa, crispada, y miraba hacia la puerta. Sobre su cara y su pecho se dibujaba todavía el recorrido de la cruz, que había hecho apresurada al verla. Ahí estaba, como un escudo sobre su cara, la cruz mal hecha.
Buchette se incorporó y quiso acercarse a la ventana, salir del cono de sombra en que había estado recuperando el aliento. Al verla acercarse su madre volvió a persignarse y rechazó su olor a maleza y a sudor viejo. Soy yo, Buchette, dijo la cervatilla. Su madre apenas la miró: la luz le daba sobre el lomo veteado, todavía lloraba como una mujer.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Espera


Flujo de gente. La farmacia siempre se llenaba a esa hora. Abundaba el color blanco y las cajitas de medicamentos. Dos señoras se quejaban porque no podían sentarse, porque no era sensato que aquellos jóvenes ocuparan el lugar reservado para ellos. Ejercían algo así como una comunicación oblicua porque no le decían nada, simplemente hablaban en voz alta y movían las manos, se abanicaban con la receta. Los jóvenes resistían mudos y agarrados de la mano, como si el resto del mundo a excepción de las sillas estuviera repleto de monstruos marinos o algo así. La gente tiene esa costumbre, saca número y se va. Ya nadie espera, o pocos lo hacen porque mientras esperan pueden hacer otras cosas. El farmacéutico llamaba los números, indicados en rojo en la pantalla y anunciados con dos timbres. Del 57 al 61… las personas mirándose como si cada una llevara en el rostro el número llamado, y el vacío bovino entre el 57 y el 61. Ese tiempo Marcelo lo usaba para descansar, era una fuga en la que pensaba en su cactus y en la ventana de su casa, en la piel de Teresa después de bañarse o en el juicio. Y ya para el 62 se levantaba la señorita de verde y le pedía unas gotas para los ojos y algo para la tos de su nene.
Y otros esperaban y mientras esperaban hacían otras cosas. Isabel cerraba sus ojos y el blanco se apagaba, desaparecían las cajitas, la gente, los suplementos vitamínicos, los perfumes. Y le parecía que era casi como cerrar los ojos arriba del micro y dejarse estar, o descansar sobre un tubo fluorescente, sólo unos segundos.

martes, 25 de agosto de 2009


Para Daria, que me tiró estas palabras:
enano, anillo, prisma, batata, buey y grieta


La batata se estaba quedando dormida pelando humanos. Era inútil despellejarlos con los dedos, mejor usar un pela-humanos o comérselos con piel y todo. Había cantado durante todo el día esa canción de la adolescencia “…la ventanita del amor se me cerró, desde que me dejaste, no hago más que extrañarte…”. La batata tenía una voz privilegiada de contralto. Su marido era el enano. Con el paso de los años había ido perdiendo color verde y se complacía en leer un buen libro por las tardes y en cavar túneles. La miraba a la batata mientras ella contorneaba su cintura entre rosada y marrón, y su cabecita amarilla y pensaba que todo había salido bien, que había algo en el orden de sus días que le agradaba, cierta declinación de la luz, el sonido de los sapos, el paso de las carretas de los pepinos y las hadas que volvían del trabajo. Miró su anillo de casados y recordó la fiesta, todos habían asistido: el buey y su prometida, la zanahoria; los mellizos elfos, los espárragos burlones, las semillitas de sésamo y los alcauciles. Había sido una fiesta maravillosa: la batata vestía un vestido de organdí color azafrán y tenía puesto el collar azul de su abuela, él se le había animado a un smokin y a los suecos, tan característicos. El diablo les había preparado un gran festín debajo de la tierra. Desde afuera apenas si se divisaba una grieta, pero al entrar el hoyo se hacía cada vez más amplio y profundo y desembocaba en una espaciosa cavidad. Los tubérculos y tuberculitos habían ensayado durante días una canción, tocaron marimba y xilofón y cantaron con sus voces agudas de recién nacidos. La batata estaba de lo más emocionada, y hasta al buey se le cayeron unas lágrimas.
Volvió a mirar su anillo y se dio cuenta por primera vez que la piedra era un prisma, la levantó hasta que le dio la luz…
-Vení negra, vení a mirar el arcoiris. Y la batata se acercó al enano mientras se limpiaba las manos en el delantal… y ya comenzaba a mirar los colores.

lunes, 24 de agosto de 2009







Ayer Muestra Gato-Imán... hermoso y largo día... de la Estación Provincial a la Grieta, trufas de Mari, tatores varias, mate, los dibujos de los chicos -fabulantásticos-visitas, amigos, posibles viajes. y hoy la niña como si estuviera adentro de una escafandra llena de nubes de un planeta desconocido, por no decir, rota y resfriada.

sábado, 22 de agosto de 2009

Piensa en mi


Este texto surgió como consigna de taller... a partir de una balada, en mi caso me tocó "Piensa en mi" de Chavela Vargas, había que escribir algo...

y aquí vamos...


Imagen de Camilla Engman "A big woman in my garden"

Piensa en mi…
A nosotros nos gustaba olvidarnos. No pensar. Tampoco era que nos queríamos encontrar por casualidad en los puentes y hacer la gran Rayuela, era más bien como un dejarse estar… era como si descansáramos con la espalda relajada y las manos debajo de la cabeza. Yo le decía “piensa en mí” y nos reíamos, él era terrible para pensar en mí o en cualquier cosa, me recreaba como si me estuviera viendo detrás de un agua turbia. Y después de hacerme me dejaba quieta bajo una luz que me hacía doler los ojos. Entonces yo le decía, mejor no pienses en mí, y le borraba la imagen: yo no me quería quedar quieta, y él tampoco.
Vos no te querías quedar quieta.
Cuando falleció su tía, Irma, nos dimos cuenta de que era inútil pensar en el otro. Que yo me iba transformando en Irma y a él se le hacía una mueca en la cara y se me quedaba mirando, como si quisiera ponerme 20 años encima, otra nariz y oficio de peluquera. Qué inútil era pensar en el otro pensando en Irma o en las ganas de terminar con todo, y claro, cuando decíamos “terminar con todo” no nos referíamos a la vida, sino a las clases y al trabajo, a nuestras casas y a las ocho de la mañana.
Yo una vez había pensado en él, voluntariamente había pensado en él, eso fue cuando apenas lo conocí. Era fácil porque no sabía nada de su pasado, porque se me aparecía como un pececito brillante al ras del agua, sin historia ni nada, y yo me quedaba mirándolo mientras me recuperaba de la operación y me aguantaba las inyecciones. Pero después… ni él ni yo nos queríamos quedar quietos.
Después de la operación algo cambió. Yo me puse menos débil, no digamos más fuerte, y él se volvió menos cuidadoso. De todos modos, nos seguíamos queriendo, nos queríamos mucho aun después, y sobretodo, por habernos visto ese día bajo la luz, y otro día, detrás de los árboles. Sin embargo, si yo pensaba en él ya no venía el pez naranja sino una enorme escalera por la cual se movía una arañita blanca, y yo pensaba, con rabia, para qué necesita la arañita la escalera, si ya tiene su propio hilo maravilloso, si ella es toda una estructura en potencia, miles y millones de escaleras, un solo hilo que penda desde el techo y ya está, pero no… ahí estaba ella aferrada a la escalera y si él pensaba en mí… no sé..
si yo pensaba en ella, había una mujer bajo la lluvia con rostro triangular y algo de barro. Había una equilibrista o una marioneta y además, que me gustaba llamarla como no se llamaba, y es verdad, a veces pensaba en ella para no pensar en la tía Irma y en los caramelos, y porque no me bancaba el frío de la noche.
Hasta que una vez decidimos no pensarnos. Era más fácil olernos bajo la ducha y saber del otro andando en bicicleta o comiendo pan tostado bajo el sol. Vernos era siempre un reencuentro suspendido en la nada, como una aparición que no estuviera anclada en un pensamiento angosto. Claro que eso hubiera sido lo deseado, no pensarnos ni pensar en los pecados…
Me daba risa pensar “he pecado” y además me acordaba de las palabras de Graciela que siempre decía, horrorizada por algún travesti de la tele o por alguna chica semidesnuda, “y eso que yo no soy una carmelita descalza, pero esto es el colmo!”, me daba risa pensar en “eso” como en un pecado, me gustaba que no hubiera sido él quien me enseñara a “pecar”, me gustaba que en otras culturas al mismo acto lo llamaran “reir” así como algunos llamaban al acto de “despertar”, “recordarse”. Y así nos pasábamos horas riéndonos y recordándonos con sueño. Pero nunca pensábamos en el otro.
Él me contó una vez que se había querido quitar la vida, dijo así: “me quise tirar por la ventana cuando entraron esos tipos a la casa y estaba Mauri, que para ese entonces tenía tres años, solo en la habitación”, dijo que se había querido tirar y que no le importaba defender a su hermanito ni los bienes de la casa… que no le importaba nada porque esa era una buena oportunidad para desaparecer. Y me dijo: “no lo hice porque la ventana era de hierro y estaba pintada de rojo y en ese momento me pareció hermosa… el rojo contrastaba con la noche cálida y había luna, un reflejo azul me daba en las manos que temblaban mientras escuchaba que los tipos ya estaban adentro y que casi no habían tenido que forzar la cerradura..qué hábiles, pensé.. y de repente me hubiera gustado irme con ellos” y que después me había conocido en el hospital, porque Mauri estaba en la misma habitación que yo, y que fue más fácil cuidarnos a los dos que llevar una vida de delincuente. Había algo flojo en sus palabras como cuando caminaba pisando hojas y ponía cara de idiota.
A veces él me decía, sobre todo cuando se ponía un poncho rojo que había heredado de su abuelo, “imaginate como sería si tuviera una rodilla de elefante y una trompa de oso hormiguero pero fuera tan delicado como un ciempiés o un caballito de mar”, y yo le decía “pensá en mí como si fuera medio calva y a la vez tuviera el pelo fosforecente, pensá en mí como si estuviera loca y tuvieras que visitarme en la torre de un sanatorio”. Y así nos íbamos pensando a veces, o no. Pero nadie se quería quedar quieto, y nadie quería tener que pensar en el otro, porque eso sería quizás empezar a olvidarnos.

jueves, 20 de agosto de 2009

Muestra Gato Imán!!!!


Para despedir las vacaciones con tutti!!!!
Este domingo 23 en el galpón de LA GRIETA ( 18 Y 71) inauguramos una muestra del taller de arte GATO IMÁN: "LOS TRAPITOS AL SOL". Obras al aire libre (hasta que haya luz...luego pasan a estar expuestas, pero en cautiverio) En vivo y en directo, coincidiendo en el mismo espacio-tiempo, el taller de chicos "LA VACA DE MUCHOS COLORES" presenta la muestra "Blanco y Negro"a las 17hs. en el galpón de LA GRIETA Antes ( A LAS 15HS) estaremos en la feria de la ESTACION PROVINCIAL (17 Y 71) con nuestra soguita del arte, haciendo la previa.Los esperamos!!!



Habrá personajes surgidos de la conjunción de palabras azarosas, algunos fosforecerán o serán adictos del pimiento, otros serán camiones-en-montaña o enamorados que reflexionan...

lunes, 17 de agosto de 2009


La sensación fue la misma que la de tocar el barro. Al principio se retira la mano deconcertada y luego, si no hay remedio, se la hunde, se trabaja en el fango e incluso a veces puede ser bello, pero no era así con Rodolphe, con el era siempre el barro por primera vez, siempre queriendo retirar la mano pero demasiado tarde.
Yo lo hubiera dejado apenas se quedó ciego. Pero Estela insistió en que un poco más, en que unos meses más. Me exasperaba que me tocara siempre como si no me conociera, como si no me hubiera visto ya, aducía que no quería olvidarse, que mi cuerpo era el recuerdo de mí misma, y finalmente así era, Rodolphe comenzó a vivir todo como si se tratara de un recuerdo no del todo perdido. Nada nuevo se incorporaba a su vida. Yo apenas si podía tocarlo o besarlo, todo consistía en quedarme quieta adivinando el orden de lugares por los que pasaría la mano antes de excitarse y hacerme el amor.
Estela había ordenado toda la casa para mayor facilidad de su hermano, nada podría caerse y romperse, nada era puntiagudo, nada estaba fuera de lugar, y lo más curioso es que se le había dado por hablar continuamente tan sólo para indicarle a Rodolphe que estaba allí. De esa manera Estela exteriorizaba casi todos sus pensamientos, se volvía ruidosa y obsecuente, me era absolutamente insoportable. No sólo ella sonaba en la casa sino que había colgado móviles sonadores para que Rodolphe distinguiera las partes de la casa y se percatara del lugar de los otros. Yo en cambio hablaba cada vez menos y esquivaba los colgantes, vivia sofocada en el fango, llena de barro por todos lados. Los meses que me suplicó Estela se alargaban y a cada intento por dejarlo ella me suplicaba aduciendo que los avances de su hermano eran gracias a mí, y yo me quedaba, lo confieso, porque ya estaba acostumbrada.

sábado, 15 de agosto de 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Cuarto escalón. minúsculo.




detenida sobre un pie. abajo o arriba la frazada.
Estoy harta de las onomatopeyas de Ariadna. su flip flap tin, sus ouch y su manera de dar vuelta la cara, como si tal cosa.
Me cansé de las mandarinas secas y de la palabra “autobús” pero mi madre insiste en llamarlos así, es el colmo. Ahora esperamos a papá, que no llegará, y ella, sentada en un escalón más arriba, me alisa el pelo. siempre tuve el pelo cargado de electricidad. cuando era chiquita me daba miedo matar a la gente, o a los pájaros a los insectos, pensaba que si pasaban cerca de mi cabeza morirían de un breve fogonazo. después comprendí que no. que las descargas eran más bien implosiones que nadie escuchaba. ha comenzado a hacerme una trenza.. es así, hay que dejarla hacer trenzas mientras papá no viene, dejarla para que se entretenga, aunque siempre le queden mal, con una de las tres partes de pelo floja, ladeada. canta y desafina pero yo la quiero porque es mi mamá. sin querer toco el piso del escalón y está mojado: no hay agua pero sí humedad. es raro porque parece que nadie se ha sentado aquí en años. tuvimos que correr las hojas y sacar la tierra, esta escalera estaba casi irreconocible. y sin embargo en la palma siento la humedad como un llamado, la saco rápido y echo tierra, me deshago la trenza coja y me río de cómo canta.

sábado, 8 de agosto de 2009

Tercer escalón


Afuera está todo el mundo… es natural por tratarse de un sábado a las ocho de la noche. Hay luces y chicos que dicen “1, 90”, y el bamboleo nervioso de los que esperan para pagar el boleto. Todos afuera, la ciudad con sus vidrieras y sus perros, con los puestos de flores y las tortas exhibidas en las vitrinas de los bares. Fuera. Un murmullo que se descompone en miles de conversaciones privadas o no. Laurita debe andar por ahí, con la prima, mirando las vidrieras. Siento ese lanzarse a la calle como algo que hoy no comparto. Seguramente, como vos decís, si estuviera yo también “afuera” ni me daría cuenta y andaría embobada con el olor a praliné o evitando charcos, pero esta seudo-elevación del colectivo me hace pensar que en realidad, siempre he estado dentro. Me he pasado el día adentro e incluso he estado más adentro. Me he quedado tirada en el bosque –aunque se trate de un bosque breve y leído-, me he quedado tirada, como te decía, junto al soldado y su caballo, y no me he desnudado porque estoy tan pálida –y él está realmente dorado, y tiene las piernas firmes y el pelo al ras- pero hemos estado así, sintiendo la hierba sobre nuestras espaldas. Hemos visto pasar a las ardillas que migran y hemos hablado de las madrigueras y de las flores azules. y luego yo lo he dejado al soldado porque me aburrió. y estoy adentro de mi casa. y quizás esto es el afuera para vos, o es el afuera para mis hermanos que me mandan saludos en chino mandarín. y todos somos el afuera para la señora que viaja en avión y nos ve como un puntito de luz en medio de la noche.
Te espero para cenar y charlamos un rato. Dejá las cosas por ahí en la escalera así mañana no te las olvidás.

jueves, 6 de agosto de 2009

Segundo escalón


Estaba en la habitación que había sido clausurada desde hacía años. Nunca había entendido porqué la habían clausurado ni quién. Era una habitación normal, la cama, el baúl, una mesita de luz y una repisita. Algunas revistas viejas y polvo. Creía que había sido el tío quien había decidido colgar ese absurdo cartel sobre la puerta, pero no quería decir nada… “clausurado”, como si la habitación perdiera agua o pudiera desprenderse del resto de la casa, una etiqueta sin sentido. Abajo los invitados dormirían como sardinas y brindarían por cosas inútiles.
Se asomó a la ventana y reconoció el jardincito. Pensó que era extraño que el cielo no fuera siempre el mismo, que si llovía en Buenos Aires debería llover también en Berlín y en el campo de Macarena, pero no. de pronto recordó porqué la habitación había sido clausurada y le siguió pareciendo un despropósito.

Elena había estado cantando toda la mañana, era una canción infantil que se le iba desprendiendo de la boca y que le hacía pensar en el color fucsia. Había guardado el libro de figuritas en el baúl y había estrujado la bufanda de su tía, silenciosamente se había mordido los labios mientras abollaba la tela cuadriculada y suave, después la había mirado de reojo como si mirara a su tía con dolor de panza. Había sonreído y había caminado hacia la ventana sin detenerse. Luego comenzó a bajar los escalones cada vez más rápidamente, era inútil contar ovejitas o hacerle nudos al pelo, todo se volvía fucsia y tenía gusto a helado de vainilla. Luego Elena había sentido la caricia de las ramas de los árboles, el segundo escalón antes de tocar el piso, y se había quedado flotando como suspendida.

Mauro miró hacia abajo, reconoció el árbol y las flores, nada había cambiado demasiado. En la cocina estaría Elena mirando televisión o preparando los alfajorcitos de maicena, con su forma medio extraña de asentir o negar aunque nadie le estuviera hablando.

martes, 4 de agosto de 2009

Primer escalón



Se acordó. Había estado allí, sobre las escaleras, con un caracol en la mano que después le había dado asco. Sí, le había dado asco por la baba y la vulnerabilidad. Entonces Elena había dicho: hay que cocinarlo. Y él lo había tirado inmediatamente y había pensado en su maestro de segundo grado, Jorge, porque tenía en las rodillas marcas de caracol como si se hubiera arrodillado durante horas sobre cientos de caparazones irrompibles. Elena todavía cargaba con la cacerola. Al moverse sin querer hizo ruido. Siempre la cacerola vacía, nunca cocinaba nada pero ahí estaba: puso el caracol adentro, para molestar.
Algunos de los dos tenía el pelo rojo como la lluvia y algunos moretones. Sabía que al llegar a la punta de la escalera estarían reconciliados pero perduraría el silencio incómodo entre los dos. Recién se darían tregua después, a la mañana siguiente.
Quisiera tener la memoria de un caracol, pensó, pensaron. Sin embargo la memoria de los caracoles era certera, quedaba la huella de la baba brillando a contraluz, todo el recorrido expuesto, imposible de deshacer, las vueltas, los retrocesos… Quisiera ser un caracol con alas, jugar al invisible. Elena tenía una pequeña joroba, a pesar de ser joven, y sobre la frente una cicatriz de cuando la había mordido el perro en la estancia. A él se le había cansado la voz. Se desabrochó los dos botones superiores de la camisa. Se arrimó a ella y le apretó el brazo para que subiera. Ella se quedaba con la mirada fija en la puerta, siempre miraba la misma mancha de pintura que parecía una islita. Antes la puerta había sido verde, ahora era blanca. Él se arrodilló en el escalón que ocupaba ella y puso su cabeza sobre sus piernas, ella lo dejó. Él sabía que ningún latido ascendería desde las piernas, que estarse ahí era como convertirse en un gato o en un montón de ropa.

sábado, 1 de agosto de 2009


El niño PEZ. peli de Lucía Puenzo.

ayer la vimos con una amiga...noche temprano, noche de viernes, las dos intentando escuchar el español-paraguayo-argentino- y el guaraní... resultado:pusimos subtítulos en español y resultó ser que los subtitulos no son para no hispanohablantes sino para gente cuasi-sorda y con poca imaginación... no solo traducían lo que decían los personajes sino tb los "sonidos" mas o menos significativos "perro ladra", "risas y voces indistintas, ruidos de fiesta", "gemidos que se vuelven sollozos", etc etc...

y mientras tomando te de menta peperina y chusmeteando de la vida.

linda despedida de villa...

miren la peli!